Cuando termines de leer este artículo ¿qué debería recordarte esta deliciosa imagen? Ya lo descubrirás.
Un día leí que el miedo de hablar en público se había llevado el primer lugar en una encuesta sobre el temor. Muchos expertos han escrito sus comentarios acerca de los resultados de extraordinarias investigaciones sobre el miedo. Pero hay algo de lo que se dice muy poco.
¿Son lo mismo el miedo y el susto?
No soy un experto en neurociencia y probablemente tú tampoco. Pero descuida. No es necesario ser un PhD para razonar y darse uno cuenta de cosas obvias que afectan nuestro día a día.
No te voy a explicar ninguna teoría al respecto. Pero voy a contarte algo acerca de lo cual no escucho hablar a menudo. Se dice que el miedo es un sentimiento. Y es verdad. ¿Pero quién entre nosotros puede decir que domina el campo de las sensaciones, emociones y sentimientos al grado de definirlos y explicarlos con exactitud? Nadie.
Solo sabemos que poco a poco se van descartando y descubriendo teorías novedosas que nos van ayudando en cierto modo a entender cómo funciona la vida.
El hecho de que con el tiempo unos conocimientos queden obsoletos y otros se fortalezcan, indica que se trata de un campo rodeado de grandes cantidades de misterio. Y cuando se trata de misterios, siempre hay mucho pan que rebanar.
La ciencia se basa en preguntas más que en respuestas. Porque al preguntar se abre camino al conocimiento. Y una pregunta válida es: "¿Son lo mismo el miedo y el susto?". La respuesta es no.
El susto es una emoción, y el miedo, un sentimiento. Nos asustamos en un momento, pero podríamos sentir miedo por un largo rato, o por mucho tiempo si lo alimentamos.
Podemos compararlo con una chispa y una fogata. Hacemos una chispa en un instante, pero después de encender fuego, lo alimentamos con leña o carbón.
A veces, entender las diferencias nos ayuda a minimizar o hasta desactivar ciertos pensamientos, sentimientos, sensaciones y emociones indeseables. Algunos temores quizás ardieron durante años, esclavizándonos y limitando nuestra libertad de algunas maneras.
En tal sentido podríamos decir que es como el Covid. No tiene vida, pero su material genético se replica si las condiciones le son favorables. La buena noticia es que es posible prevenirlo o desactivarlo. No obstante, mucho depende de nosotros, de que apliquemos escrupulosamente los principios básicos de bioseguridad.
Algo de lo que poco se dice
Al inicio escribí que hay algo de lo que poco se dice sobre el miedo ¿Qué es? Lo que poco o nada que se dice es que, aparte de ser un sentimiento, ciertas personas o grupos de poder pueden usarlo como un recurso, una palanca, una herramienta y un instrumento de control.
Ese control puede ser altruista, como el que usan los padres para explicar los peligros al cruzar una calle acercarse mucho al fuego o manipular ciertos objetos considerados peligrosos. O puede ser egoísta, como el que usan los malvados para lograr objetivos siniestros, crueles o despiadados. Asustan y generan miedo para establecer su poder y luego controlar a quienes quieren dominar.
Es cierto que hay miedos de los que uno está muy consciente. Podría enfocarse en ellos y trabajar para desactivarlos a tiempo. Antes le temía a las olas del mar, pero aprendió a nadar y a practicar surf.
Pero también hay miedos de los que uno tal vez no es consciente, miedos influidos casualmente por el entorno, o quizás intencionalmente y de manera subliminal, mediante mecanismos de propaganda. No sabemos por qué, pero a veces un miedo nos invade.
Mientras los científicos pulen sus teorías respecto al origen y fisiología del miedo, hay malvados que, sin ser científicos, manejan empíricamente ciertos conocimientos sobre el miedo. Como los traficantes.
Y lamentablemente hay quienes van más allá. Estudian y planifican el miedo estratégicamente valiéndose de conocimiento científico a fin de acumular extraordinarias cantidades de poder.
¿Cómo hacer frente al miedo?
Unos afirman que el miedo se origina naturalmente en nuestro interior, es decir, en el cerebro, pero otros dicen que resulta de estímulos intimidantes que provienen del exterior, es decir, de otras personas, de las circunstancias, de nuestra percepción del mundo o del futuro, de las dificultades, etc.
Es fácil darnos cuenta de que ambos conceptos no son opuestos, sino complementarios y tienen mucho de cierto. Probablemente lo hemos experimentado personalmente de muchas maneras y en diferentes ocasiones.
Ahora detengámonos un rato a pensar en el susto. ¿Nos asustamos con un repentino sismo? Es comprensible. ¿Nos asusta un perro que nos ladra de repente? ¿Damos un salto si se nos atraviesa una rata en el camino?
En esas ocasiones, seguramente nos llevaríamos la mano al pecho y pegaríamos un grito. Es muy comprensible. Hasta el psicólogo más autocontrolado se le erizaría la espalda de miedo si, paseando por un zoológico con su familia, de repente se escapa un gorila.
¿Pero qué haremos si rumorearan que a las tres de la mañana habrá un sismo, o que por cierta calle hay un perro que les ladra a todos los transeúntes? ¿O qué haríamos si nos advirtieran que hay ratas por donde pensamos ir? Nuestra reacción sería muy diferente, ¿verdad?
Saber lo que puede ocurrir, o estar advertidos de las consecuencias, marca una gran diferencia. Podemos decidir permanecer fuera de casa a las tres de la mañana, evitar pasar por esa calle o tomar otras precauciones, ¿verdad? Saber lo que podría ocurrir nos ayuda a asumir otra actitud. Reaccionamos de manera, no solo defensiva, sino constructiva.
El conocimiento y el discernimiento nos ayuda a ubicarnos, tanto mental como emocional y físicamente. Veamos otro ejemplo. Imaginemos que unos amigos le advierten a Juan: "Lucho (el grandote del grupo) se disfrazará de ladrón y se apostará a la vuelta de la esquina para darte un susto".
Lucho no sabe que sus amigos sintieron compasión y decidieron avisarle. Entonces Juan decide darle una sorpresa. Pasa por la tienda, compra un trozo de pastel y se dirige al lugar. Los amigos están alerta, observando lo que ocurrirá.
De repente, al voltear la esquina, Lucho grita: "¡Arriba las manos!", pero Juan le dice: "Si Lucho, ya sé que eres tú, ¿Quieres un poco?". Ahora todos se echan a reír de Lucho. Se volteó la torta. ¿Dónde terminó el susto? Desapareció. ¡Juan lo desactivó!
Es nada más un ejemplo para ayudarte a entender lo que le pasa al susto cuando ya no te asusta. Algunas personas que abusan de otros se sienten poderosas cuando tienen el control para asustar e intimidar. Pero cuando salen corriendo de miedo porque alguien más poderoso los persigue y captura, no solo pierden su poder, sino que quedan en ridículo y los observadores se ríen.
Podemos hacer lo mismo con nuestros sustos y miedos. Ponerles una cadena y meterlos en la prisión de la verdad. Los sometemos y obligamos a pasar a la historia de nuestras vidas como un amargo recuerdo y nada más.
El placer de exponer en público
No suelo hablar del miedo, sino del valor. Este artículo es una excepción. Solo me pongo en el peor de los casos cuando veo que me conviene pensar proactivamente, tomar precauciones y guardar distancias, como si se tratara de un virus.
Hay que pensar bien antes de dar poder y control a alguien cuyas intenciones no conocemos. A veces es mejor cambiar de ruta, otras, cambiar de mentalidad, y aún otras, reaccionar creativamente.
Intenté muchas veces sin éxito retirar un tornillo. Un día, vino un electricista para realizar unos trabajos en casa. Aproveché y le conté acerca del rebelde tornillo. Sacó su destornillador, asumió una postura en particular y lo destornilló. Y dijo estas sabias palabras: "En esta vida, señor, todo consiste en saber acomodarse". Y así fue. Aquel tornillo salió perdiendo.
Eso me enseñó que no debo concentrarme tanto en la rebeldía del tornillo. Tienen cabeza pero no razonan, no tienen conciencia y no tienen sentimientos de bondad. Solo son piezas reemplazables que sostienen un mecanismo que ni siquiera entienden cómo ni para qué funciona. Tarde o temprano se tuercen, se atascan y oxidan. Siempre acaban en un basurero. Son baratos y fácilmente reemplazables.
Solo tenemos que aprender a ubicarnos en el lugar correcto y en el momento correcto a fin de desactivar, anular o -en el peor de los casos- minimizar el impacto de la dificultad. Y eso aplica también en oratoria.
¿Cómo hacerlo? ¿Recuerdas el ejemplo de Lucho? ¿Qué fue lo que cambió la situación? Seguramente dirías: "¡La torta!". Si pensaste eso, no es la respuesta. Recuerda que Juan no sabía que Lucho le tendería una trampa, y que Lucho no sabía que sus amigos sintieron compasión y decidieron prevenir a Juan.
¡Fue el conocimiento exacto! Si nos enteramos de algo que antes no sabíamos, algo en lo cual no habíamos pensado, el conocimiento y el discernimiento nos ayudará a ubicarnos mental, emocional y físicamente en el lugar correcto y en el momento correcto.
El conocimiento y discernimiento de las técnicas de oratoria te sirven para ayudarte a enfocar tus ideas de manera que te sientas competente para informar, impactar, conmover y entretener al auditorio. Pero también un poco de conocimiento y discernimiento sobre fisiologia te sirven para ayudarte a plantearte sobre tus pies y sentirte competente para hablar en público.
Seguramente oíste hablar de la adrenalina y la noradrenalina, de cómo estas hormonas nos ayudan. Pero ahora te ánimo a que conozcas mejor el potencial de tu cuerpo investigando en Internet el poder de la osteocalcina, que es aún más potente.
El psicólogo William James, de principios del siglo 20, enseñaba que uno no tiene que ser competente, sabio, valiente ni astuto. ¡Pero puede sentirse y fingir que lo es, y con eso basta! La competencia, sabiduría, valentía y astucia se manifestarán en ti al grado necesario.
El resultado es que aquellos que pensaban que no podías lograrlo, quedarán pasmados cuando vean y escuchen tu discurso, cómo controlaste la situación.
Reconocerán que ellos jamás hubieran podido hacerlo mejor. La torta se habrá volteado: El chico tímido y miedoso resultó ser un gran orador (algo que por supuesto aplica de igual manera a las chicas).
Tu magnífico cerebro
La ciencia no solo se basa en preguntas. También define claramente los términos a fin de evitar confusiones. Por eso, en Oratorianetmóvil defino los términos con una claridad que ahuyenta tus dudas para siempre.
El susto y el miedo no son lo mismo. Uno es pasajero, el otro dura más tiempo. Pero podemos hacer frente a nuestros miedos poco a poco de manera parecida a como enfrentaríamos un susto.
Lógicamente, hay casos en los que se necesita la asistencia de un profesional de la salud mental para aprender a desactivar miedos patológicos. Pero primero pregúntate: "¿Realmente es tan grave el asunto que necesito pagarle a un médico? ¿Por qué primero no lo intento sinceramente y apuesto a mi propio mérito y procuro voltear la torta por mi mismo? Eso añadiría puntos a mi favor porque tendría aún más mérito".
No estoy menospreciando a los profesionales de la salud. Tampoco estoy endiosándote. Solo te digo que puedes echar mano a tu autoestima básica y hacer tu parte hasta un grado razonable. Es todo.
Si consigues un poco de conocimiento de Técnicas Dinámicas Para Exponer en Publico te convertirás en un técnico dinámico. No necesitarás más ayuda que la de la computadora más que cuántica que tienes en la cabeza, con la cual podrás procesar tus sustos y miedos de una manera eficaz y súper entretenida. ¡Imagina que tu cráneo es un tazón de oro que contiene un tesoro de valor incalculable: tu cerebro!
¿Qué es el miedo?
El miedo no es negativo en sí mismo ni tampoco un enemigo. Es un mecanismo natural de defensa y supervivencia que te permite reaccionar con rapidez ante situaciones adversas. En ese sentido, es normal y beneficioso asustarnos, sentir nervios y miedo, ¡aun pavor! Es parte de la naturaleza humana.
Pero hay miedos malsanos que se introducen en nuestra mente y organismo como un virus, que se aprenden y replican por influencia de otros. Y también hay temores que necesitamos. ¿Miedos que necesitamos?
Sí. Por ejemplo, necesitamos miedo de caernos por una ventana, de acercarnos mucho a una catarata, de manipular un cable de electricidad, de caminar sobre una viga o de mover una olla con agua hirviendo. Es un temor protector.
Imagina un cable de electricidad suelto, dando chisporrotazos. Así son los nervios. Pero si apagas la fuente de poder por un momento y le colocas un enchufe, se acabó el problema. En oratoria significa estudiar una técnica y aplicarla. No solo acabas con el problema, sino consigues un valor añadido y disfrutas de una personalidad mucho más interesante.
Pero una cosa es entenderlo, y otra, hacerlo. Como se dijo más arriba, hay miedos conscientes y miedos inconscientes que resultan de estímulos subliminales. Hay personas que no parecen sentir miedo, pero tienen un terror inconsciente que los consume. Sea como fuere, no tienes por qué pensar que no puedas desactivarlo y hasta eliminarlo (me refiero a los temores morbosos que no son saludables).
El secreto no está en fingir, aunque, como afirmaba el famoso William James, es muy buena opción fingir que uno es valiente. El valor vendrá como consecuencia, y los efectos positivos se retroalimentarán solos.
Cuando veas los excelentes resultados de aplicar técnicas dinámicas para hablar en público, tu dignidad como persona se fortalecerá, tu autoestima se equilibrará y tu percepción del auditorio mejorará muchísimo. Lucho ya no te asustará al voltear en cada esquina.
Tendrás la precaución de estudiar y acopiar conocimientos y experiencias a fin de presentar discursos dinámicos cada vez más eficaces e inolvidables.