No suelo dedicar un artículo para definir una palabra. Para eso están los diccionarios, vocabularios y glosarios. Pero es mi responsabilidad ayudar al estudiante de oratoria a desarrollar la capacidad de percibir, discriminar y discernir las diferencias a fin de eliminar inconsistencias que podrían dar lugar a una mala interpretación desde la perspectiva de su auditorio.
Cada palabra, frase u oración contiene, transmite o cimenta una idea, un mensaje, una solución, un enigma, una pregunta, un disparate, una equivocación y hasta la más irreconciliable paradoja, incluso la trayectoria de una acción, de la que más tarde podríamos enorgullecernos o avergonzarnos. Mucho dependerá del punto de vista del que escribe, habla, oye, lee o escucha (oír y escuchar no es lo mismo).
Como vemos en la figura de arriba, una perspectiva es una representación gráfica que permite visualizar la profundidad de cierto espacio desde el punto de vista del espectador. De aquí para allá podríamos ver un hermoso atardecer, un día que termina. Pero alguien que estuviera en el otro extremo no vería una puesta de sol, sino probablemente la Luna y las primeras estrellas de la noche que empieza.Igual sucede en oratoria. No se puede lograr una comunicación fluida si el orador solo tiene en cuenta su propia perspectiva. Más bien le conviene estar alerta a cualquier indicio que le ayude a tener en cuenta las probables diferencias de perspectiva de sus oyentes, las cuales pueden variar o desviarse debido a una mala pronunciación, por un detalle clave que faltó, por algún factor distractivo o interferencia, o por una poco adecuada actitud o forma de presentar la idea.
No estoy sugiriendo que uno juegue a intercambiar posiciones en el triángulo de Karpman. Eso de convertirse en salvador, perseguidor o víctima solo dificulta conservar una posición existencial constructiva, edificante y equilibrada. Lo mejor es procurar una sola perspectiva, una que permita al oyente discernir el tema desde un punto de vista unificado.
En el caso de las llaves y el hombre furioso, no fue mi intención convertirme en salvador ni de convertirlo en víctima. Sencillamente fue una reacción de conciencia ciudadana o cívica, pensando en una forma de ayudar a un vecino a evitarse problemas, un asunto de hacer el bien sin mirar a quién.
Si el orador no aporta suficiente información, o peor, si rodea de misterio cierto dato incompleto, sin duda contribuirá a que se deforme la verdadera perspectiva y el enfoque de sus oyentes. Será como esconder de la vista algunas piezas del rompecabezas. ¿Podría culpar a sus oyentes por llegar a una conclusión errónea, por hacer una mala interpretación, una especulación desacertada o un juicio parcializado?
En las películas, el director suele omitir intencionalmente cierta pieza de información, o hasta de hecho presenta información sesgada para obligar al espectador a llegar a una conclusión equivocada y luego sorprenderlo con la versión correcta. En oratoria también se podría echar mano de dicho recurso. Pero es importante procurar valerse de la empatía para imaginar el mayor espectro de puntos de vista, es decir, tanto de la propia perspectiva del orador como la de sus oyentes.
La manera como terminan las novelas "Lo que el viento se llevó" y "Romeo y Julieta" son ejemplos desgarradores de lo que puede ocurrir con una interpretación equivocada por falta de información.
Al decir que debería procurar el mayor espectro posible de perspectivas o puntos de vista, me refiero a que debe tener en cuenta en su preparación la intensidad de su explicación en función del mensaje y de cómo podrían percibirlo sus oyentes.
Por ejemplo, al mirar una luz, uno percibe un solo color. Pero si la mira a través de un prisma u otro cuerpo refractor, su percepción cambia porque la luz se descompone en diferentes colores. O al revés, podría ver un círculo de colores y, al hacerlo girar a gran velocidad, lo ve blanco.Por ejemplo, "intolerante" es alguien que no tolera. Juzgamos o condenamos a los intolerantes y prohibimos la discriminación. Pero rara vez tomamos en cuenta que absolutamente todo ser humano es intolerante en algún sentido, y que, a fin de tomar cualquier decisión, siempre tiene que discriminar entre dos o más opciones.
El significado básico de intolerante se refiere a lo que no se puede soportar o aguantar. Intolerancia a la lactosa, al gluten, a la sacarosa, a otra cultura, a cierta ideología, etc. Y el significado básico de discriminar es separar para distinguir. Todos vemos e interpretamos la realidad de modos diferentes, incluso la cultura y las ideologías.
En nuestra naturaleza está la noción de escoger entre dos cosas. Somos naturalmente dicotómicos. Nuestra mente suele dividir y subdividir las cosas para analizarlas y escoger una.
Por ejemplo, tenemos que decidir entre bueno y malo, arriba y abajo, lejos y cerca, blanco y negro, rápido y lento, derecha e izquierda, justo e injusto, feo y bonito, grande y chico, caro y barato, de prisa y despacio, etc.
Si caminas por una calle llena de camiones, seguramente te cubrirás la nariz debido a la contaminación. ¡No lo tolerarás! Si pruebas por primera vez una comida picante, saldrás corriendo. ¡No lo toleras! Si te muestran una imagen horrible, apartarás la mirada o cerrarás los ojos. ¡No lo toleras! Si de repente alguien sube excesivamente el volumen de la música, te cubrirás los oídos. Si hay fuerte sismo, sientes temor. Porque somos intolerantes a muchas cosas.
No obstante, una persona intolerante a la lactosa no se avergonzaría de serlo porque se trata de una condición especial y excepcional de su metabolismo. Pero una persona que no tolera que la contradigan, podría avergonzarse de su intolerancia si quedara en ridículo por no haber permitido que la orienten justo antes de caer en una zanja con su automóvil.
Todos toleramos algunas cosas, pero somos intolerantes con otras. Y muchas veces los que se quejan de la intolerancia de los demás, son ellos mismos intolerantes con los intolerantes de quienes se quejan. Decimos que no discriminamos, pero todo el día lo hemos pasado discriminando entre muchas cosas.
Algo similar ocurre con las personas que consideramos extremistas. "Extremista" es alguien que tiende a adoptar ideas extremas. Sin embargo, ¿qué entendemos por "idea" y "extremo"?
Una "idea" es un concepto, un plan, una intención, una opinión, un comentario, una imagen mental, un ingenio, un invento, una estadística, un proyecto, un problema, una solución, un esquema, una receta de comida, una preocupación, una creencia, algo que uno piensa, algo que uno plasma con el habla, la escritura, la escultura o la música, etc.
Y un "extremo" es el otro lado de un lugar, de un camino, de una calle, de una idea, de un concepto, de una postura filosófica, de una emoción, de un campo de fútbol, de un polo magnético, del río, del mar, de la temperatura o de un procedimiento médico. Por ejemplo, arriba y abajo, lejos y cerca, bueno y malo, aceptable e inaceptable, etc. Toda dicotomía es una división en dos, y por lo general con antagonismo.
A veces, un cirujano tiene que recurrir a una junta médica de emergencia cuando no está seguro de cómo proceder ante cierto caso, o cuando cree estar seguro pero quiere una confirmación profesional. Es hasta capaz de tomar medidas extremas a fin de salvar la vida de un paciente, ¡y nadie lo tildaría de extremista!
Pero ¿debería tener en cuenta la perspectiva del paciente, o de sus colegas? ¿Hay alguna ley que lo apoye, en caso de que su decisión fuese imponer cierto tratamiento contra la conciencia del paciente? Si lo hiciera, ¿quién sería extremista, el médico o el paciente? ¿A quién le corresponde tomar la decisión sobre tomar una medicina o aceptar un tratamiento?
Suelen tildar de "extremista" a alguien que se va al extremo opuesto en su interpretación de casi cualquier asunto. Y hay quienes rebasan los límites de la libertad de expresión y llegan al punto de la violencia con tal de imponer restricciones a los intolerantes o extremistas sin tomar en cuenta de que, al hacerlo, están siendo más intolerantes y extremistas ellos mismos.
Pero, ¿acaso sería sensato tildar de "extremista" a alguien que simplemente está seguro de algo porque rehúsa mentir? ¿Sería equilibrado tachar de intolerante a alguien a quien el gluten le hace daño? Enseñamos a los niños a respetar a los demás, pero cuando crecen, ¿esperamos que odien a quienes son diferentes o piensan de manera diferente? ¿Dónde quedaría el respeto?
Por ejemplo, si su nombre es Juan López, ¿sería justo o equilibrado que lo tachen de extremista por sostener enérgicamente su convicción de ser Juan López, aun bajo amenaza si no se retracta? Eso no es ser extremista, sino íntegro.
Tampoco sería correcto llamar extremista a quien se niega rotundamente a tragar basura o beber agua contaminada. Por lo contrario, ¿no sería extremista el que lo sometiera a semejante tortura? Cualquier clase de tortura, ya sea física o emocional, es de hecho extremista.
Si la emprendo a patadas y puñetazos o amenazó con un arma o una bomba contra alguien porque no cree lo mismo que yo, ¿quién estaría siendo extremista?
Otro caso. ¿Llamaríamos extremista a uno que se arriesgara por salvar a alguien que tropezó y cayó sobre los rieles justo antes de que pasara un tren? ¡Lo consideraríamos un héroe, no un extremista, por más impulsivo, extremado y arriesgado que haya parecido su proceder! Llegó al extremo de arriesgar su vida por una causa noble: salvar la vida de un extraño. ¡Merece una condecoración!
Pero ¿no sería absurdo salvarle la vida y después darle bofetadas por haber tropezado y caído sobre los rieles justo antes de que pase el tren?
Por la misma razón, no debemos llamar extremista a alguien que se opone tajantemente a la mentira, la falsedad, la calumnia, el chisme, el engaño, el fraude o el abuso. Tampoco sería extremista un abogado por defender a capa y espada los derechos de su cliente en lo que la carta constitucional de su nación considerara un proceso judicial injusto.
Tampoco sería extremista alguien que por naturaleza, reflejo condicionado, estudio, integridad o convicción defiende una idea o concepto; o no permite que lo convenzan de lo contrario, cuando está seguro de haber investigado, estudiado y comprobado un asunto.
El famoso caso de Galileo Galilei fue emblemático de un vergonzoso error de jurisprudencia. Fue conminado a retractarse de una verdad innegable. Su perspectiva, aunque correcta, fue considerada absurda, ofensiva y hasta sacrílega. En tal caso, ¿quién resultó extremista? ¿Quién vio "3", "E" o "W" en vez de "M", "¿Galileo o sus detractores?
Póstumamente, el mundo calificó a Galilei como "padre de la astronomía moderna", "padre de la ciencia" y "padre de la física moderna" aunque Galilei había sido un eminente ingeniero, astrónomo, matemático, físico y filósofo por mérito propio. Había promovido el método científico y, sin embargo, fue ridiculizado por las autoridades.
Hoy todavía se oye la frase extremista de que la religión y la ciencia son incompatibles, cuando en realidad no lo son. Pero Galileo se retractó para evitarse problemas. ¿Acaso fue extremista por tener convicciones firmes, basadas en argumentos sólidos? El caso de Galileo Galilei fue emblemático de un prejuicio, de la intolerancia y del extremismo. ¡Quienes lo tildaron de extremista fueron los extremistas! Pero el tiempo, la ciencia y la historia le dieron la razón y unas merecidas disculpas que, lamentablemente, no pudo disfrutar.
La gente detesta la guerra, las hambrunas y las pestes que resultan de la guerra. Los padres suelen quejarse de la muerte de sus hijos y del sacrificio de los niños. Pero si una persona pacífica rehúsa tomar las armas, se resiste a ir a la guerra o siquiera vestir el uniforme, la tildan de extremista, cobarde y traidor, y se burlan de ella, si es que no la meten a la cárcel para que se pudra en vida? ¿Quiénes serían los extremistas e intolerantes en tal caso?
De modo que la intolerancia de los intolerantes y el extremismo de los extremistas no nos debe asombrar, conmover ni sacar de nuestras casillas, es decir, de la perspectiva. Podemos ejercer empatía y esforzarnos por comprender, pero no necesariamente tenemos que cambiar de punto de vista o aceptar el punto de vista de otra persona.
Extraigamos lecciones valiosas al examinar con cuidado el significado de nuestras palabras y acciones cuando cultivamos el arte de expresarnos en público, y hagamos todo lo posible por comprender al intolerante o extremista sin dejarnos contaminar por sus prejuicios.
Porque las definiciones precisas y los elementos y factores a los que echamos mano para convencer y persuadir deben pasar la prueba de Galileo. No es correcto ni aceptable tildar de extremista a una persona solo porque no concuerda con nosotros, sobre todo si su alegato tiene un buen fundamento, basado en un razonamiento sano, o está sustentado en el sentido común, el Derecho Internacional o el simple respaldo de una conducta que permite una evaluación pragmática de todo el espectro.
Si alguien condena la intolerancia o el extremismo, debe asegurarse de que su propia intolerancia y extremismo no sea harina del mismo costal de quienes condenaron a Galileo.
Como dije al principio, lo reitero. No es necesario definir aquí toda palabra. Para eso están los diccionarios, vocabularios y glosarios. Pero menciono esto para mostrarte que es una responsabilidad del estudiante de oratoria desarrollar la habilidad de distinguir las diferencias, notar las inconsistencias y evitar la mala interpretación de sus palabras y/o actitudes.
Debes procurar siempre una comunicación fluida sin pasar por alto el contexto, las circunstancias, los motivos y la mejor perspectiva de las ideas que pretendas comunicar. Y no te preocupes si después de tomar todas las precauciones, no logras convencer a todos. Galileo pasó por esa experiencia.
El prejuicio, la mala interpretación, la tradición, la cultura, los paradigmas, el acoso y la falta de conocimiento siempre atentarán contra los Galileos que se enfrentan a un mundo que sigue -y seguirá creyendo- que es el centro del universo.