¿Hecho científico o convención?

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¿Qué es una convención? En el contexto de la oratoria y la retórica, nos deben interesar las definiciones, los significados, las interpretaciones, la etimología, la semántica, la gramática, el vocabulario, la lingüística, la literatura y muchas cosas relacionadas con la vida, la sociedad y el ser humano mismo.

En el presente artículo nos referimos a la convención como una norma, criterio, paradigma o vox populi que se supone o sobrentiende colectivamente, algo que todos han dado por sentado tácticamente sin suficiente comprobacion, no a una convención o reunión de personas.

Hasta el ser humano más sabio reconoce que no puede llegar a saber todo ni que tiene suficiente tiempo como para investigar tanto como quisiera. No le queda más que concentrar sus esfuerzos, recursos y energías en aquello que más le interesa, aquello a lo que asigna un valor, aquello de utilidad práctica, lo que le beneficia, lo que le conviene, lo que resuelve un problema o responde una pregunta válida o una inquietud.

Por ejemplo, se supone que, si alguien decide iniciar una carrera en la universidad, no puede inscribirse en todas las facultades. Tiene que escoger una, o tal vez dos o más afines, y posteriormente especializarse en aquello que se relaciona con su carrera principal.

Pero a pesar de que sería válido que cambiara de parecer y modificara sus objetivos, optando por cambiar de carrera u ocupación, seguiría siendo necesario que tome una decisión y se concentre en lo esencial. Todo lo demás que pudiera estudiar sería un asunto de cultura general, no el foco principal de su especialidad. Hay economistas que acabaron de chefs (me convertí en economista por voluntad de mis padres, pero en chef por voluntad propia).

Sea como fuere, siempre tenemos que definir lo que estudiaremos, lo que queremos lograr y, en esencia, lo que queremos llegar a ser. A lo largo de nuestra vida definimos muchas cosas, comenzando por lo que significan las palabras, luego las intenciones, las percepciones, las metas, los métodos para alcanzarlas y las consecuencias de nuestro proceder.

Sin embargo, para evitar confusiones al comunicarnos con los demás solemos definir los conceptos y les ponemos límites a todas las cosas. Porque queremos comunicarnos, lo cual significa hablar el mismo idioma. Pero por muchas definiciones que consigamos no significa que siempre tengamos razón o que siempre nos dejaremos convencer, ni que lo que intentamos comunicar sea siempre cierto.

Un pueblo, tribu o grupo étnico podría definir una palabra, gesto o música de una manera completamente diferente a como lo definiría otro. Por ejemplo, un diccionario tal vez indique que, entre sus muchas acepciones, cierto término significa algo muy diferente en otros idiomas.

Por tanto, las definiciones en sí mismas marcan límites y fronteras al entendimiento, según como las entiende o interpreta un grupo o comunidad en particular. La comunidad científica tiene sus propios glosarios a fin de unificar criterios según la rama o especialidad. Y lo mismo ocurre con la comunidad médica, legal, religiosa, politica, etc.

Por ejemplo, dictar cátedra sobre "energía" podría suscitar toda clase de debates, pero al final los expertos acabarían poniéndose de acuerdo para poder avanzar y no atascarse en un detalle que consideren nimio. Y también puede que ciertos conceptos permanezcan en el tiempo como una mera definición y terminen siendo considerados como si fueran hechos científicamente probados. Poco a poco una suposición termina siendo mito.

Así llegamos a entender lo que significa la convención: Un grupo de personas que se ponen de acuerdo para entender y definir ciertos conceptos, aunque no hayan sido demostrados científicamente . Por ejemplo, todos concuerdan en la definición de la velocidad de la luz o la teoría de la evolución. ¿Pero cómo sabemos que se trata de hechos científicamente comprobados? ¿No será que llegaron a una simple convención o definición? ¿Lo hemos investigado por nosotros mismos?

Alguien podría quedar convencido de muchas cosas, y hasta inducir a otros a creer lo mismo. Pero ¿cuál es su base? Por ejemplo, el abuelo le dice al nieto que no debe ingresar al río sin primero rezarle al agua y pedirle que lo reconozca y le dé permiso para entrar. El niño crece con esa convicción y enseña  lo mismo a sus hijos. Respetamos su creencia, pero ¿tiene fundamento? 

Es cierto que el razonamiento, la lógica simple o hasta la experiencia pudieran ser suficientes en algunos casos para establecer conceptos con total claridad. Pero ningún razonamiento por sí solo basta para poner una nave en Marte y establecer allí una colonia humana. Tampoco bastaría con la palabra de un científico, por connotado que fuera. Se requieren estudios muy profundos y extensos. No basta con una convención.

De vez en cuando nos enteramos por las noticias de un caso de mala praxis médica o yatrogenia que se hubiera evitado con un poco más de investigación, prudencia o modestia de parte de quienes indicaron el tratamiento o tomaron la decisión, así como de casos que se resolvieron felizmente por haber tenido la precaución de buscar una segunda o tercera opinión. Sea como fuere, no se debe subestimar el factor 'imperfección'.

Los seres humanos podemos debatir hasta ponernos de acuerdo, definir todo lo que quisiéramos y llegar a una convención, pero no significa que siempre se trate de hechos comprobados científicamente. Quinientos ladrones pueden justificar el robo, pero el resto de la comunidad seguirá condenando el robo. Se pueden afirmar muchas cosas que no gozan de comprobación suficiente.

Y hay demasiadas cosas que todavía ni siquiera los más connotados científicos han podido constatar. Algunos incluso afirman que deberían escribir al revés la famosa e incuestionable fórmula de Einstein, E=mc², como m=E/c², para entender mejor ciertas teorías que podrían quedar obsoletas.

Basta con razonamientos lógicos o argumentos convincentes para establecer ciertos conceptos, pero no para establecer otros. Por ejemplo, un maestro universitario puede agarrar una pelota y explicar cómo la arroja para golpear otra y sacarla de su estado de inercia. Dirá que la pelota que estaba quieta necesitó que algo o alguien la empujara, y eso es verdad. Hubo un esfuerzo y un gasto de energía. Pero ¿quién o qué movió la primera pelota? ¡El maestro! Nadie necesitaría pasar por todo el proceso científico para demostrar y reconocer que fue el maestro quien tomó la iniciativa y usó la primera pelota para sacar de su inercia a la segunda pelota por medio de golpearla.

Se dice que ya se están fabricando robots 'a nuestra imagen y semejanza'. Pero ¿acaso se hicieron a sí  mismos? ¿Acaso no requirió planificación, diseño, ingeniería, logística, etc.? ¿Hasta ahora la ciencia no tiene una respuesta para definir quién dio el primer impulso al universo?

Algo similar sucede con la energía misma con respecto a la vida. Se ha definido y determinado con total claridad, exactitud y precisión que sin energía no puede existir la vida humana como la conocemos. De modo que nuestra propia existencia demuestra implícitamente que, antes de nosotros tuvo que existir una energía. Primero hubo energía, después hubo vida humana. No pudo ocurrir al revés.

Por tanto, una convención es una definición, no un hecho que necesariamente haya pasado por una comprobación científica. Unas teorías quedan demostradas por sí mismas, otras se demuestran al cabo de mucho tiempo y esfuerzo; otras ni siquiera pasarían el más leve escrutinio, todavía otras no son tan importantes ni trascendentales como para que alguien invierta una gran cantidad de energía discutiendo y cuestionando su aplicación práctica, y hay las que nunca llegaremos a discernir sin trasladarnos al comienzo de todo, lo cual le rompería la cabeza a cualquiera.

Aunque otros se desgañiten teorizando que antes de este universo hubo otros, y que después de una entropía térmica surgirá otro, y otro, y otro, no tienen nada absolutamente para probarlo. Para creerles, deberían empezar por definir cómo empezó el primer universo, una respuesta que mucho menos podrán elucubrar. Su cerebro no les para tanto.

Desde muy pequeños hemos comprobado muchas cosas, formulando empíricamente por nosotros mismos diferentes hipótesis, experimentando, rompiendo, arrojando objetos, degustando, oliendo, escuchando y palpando, inventando toda clase de tesis para cada nuevo descubrimiento. ¡Todos nos convertimos instintivamente en científicos en potencia cuando logramos montar bicicleta!

Pero a medida que crecemos nos volvemos más escrupulosos en la comprobación, e irónicamente, más prejuiciosos y presumidos al arribar a conclusiones que ni siquiera los grandes científicos habrían descifrado. 

El típico error de novato: "Mi papá no sabe dónde está parado". Pero cuando muere: "Mi papá solía decir que [...]". Ahora su padre resurge como sabio y todos recuerdan sus dichos y consejos. Lamentablemente, no sabía dónde estaba parado... hasta que murió.

Quitar a Dios de la ecuación parece ser la respuesta más simple y acertada para muchos. Pero ¿si no? ¿Qué les queda? ¿El Big Bang, el Big Bounce o el Big Crunch u otra cosa? ¿Tienen algo concreto para resolverla? Si no la tienen, ¿por qué se jactan como si estuvieran cerca de responder acertadamente? 

En el año 2006, Stuart J. Firestein, neurocientífico de la Universidad de Columbia, empezó a enseñar un curso sobre ignorancia científica. En su libro "La ignorancia conduce a la ciencia", mostró po que no se deben considerar infalibles todos los descubrimientos de los científicos. La evidencia para tal afirmación era que, después de nuevos descubrimientos y revisiones, reescribían sus libros y tratados.

Hasta ahora, lo único mejor demostrado ha sido que la ignorancia, la suposición y las expresiones cósmicas han resultado tan expansivas como el universo de teorías que circulan por todas partes. Esperemos que algun día se animen a ponerles coto por el bien común.

La lección es que cada uno debe estar plenamente convencido en su propia mente después de averiguar e investigar de manera suficiente cada cosa o concepto que le preocupe, reconociendo que, en última instancia, una definición es, en la mayoría de los casos, nada más que una expresión o convención. 

"Parecido", "similar" y "semejante" no quiere decir: "igual" ni "exacto". Decir: "Parece que se origina de" no es lo mismo que: "Se origina de". Lo primero es una suposición (sujeta a duda y escepticismo), lo segundo, una aseveración que ofrece seguridad y confianza. 

Sin embargo, ambas expresiones tienen esto en común: que solo son palabras. Corresponde al lector u oyente asegurarse de que realmente se trata de una aseveración que tiene un fundamento firme y no de una mera suposición.

Casi cualquier convención puede originarse -y hasta arraigarse tradicional o dogmáticamente- en una suposición o serie de suposiciones, lo que en tal caso solo contribuiría a una agnotología.

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