¿Tartamudeas?

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Si una persona sufre de cojera, ¿se esperaría que jugara un partido de fútbol?

Sería de esperar que no, porque socialmente la gente siempre espera lo que dicta el sentido común. Sería arriesgado y requeriría demasiado esfuerzo y dedicación.

Pero ¿tiene sentido esperar lo peor por algo que ocurrio en el pasado y quizás solo reflejaba un bloqueo mental?

¿En qué está pensando realmente una persona que vive esperando lo que la mayoría espera de ella? ¿Acaso la mayoría ha sido la que siempre triunfó en la vida? ¿No ha sido acaso la minoría? ¿A cuántos se les otorga la medalla de oro, plata o cobre? ¿A la mayoría?

Muchos pueblos democráticos se han quejado de sus gobernantes, acusándolos de realizar una mala gestión. Pero en principio, ¿quién los llevó al poder? ¿Acaso no fue el clamor y el voto de la mayoría, es decir, por elección popular?

Contar con el aplauso de la mayoría no es necesariamente un indicativo de eficiencia y calidad. La mayoría podría estar equivocada, y generalmente los efectos de sus decisiones terminan distando mucho de lo que todos esperaban.

Si uno vive su vida esperando el voto o aplauso de la mayoría, puede gastar todos sus años intentando algo y terminar en la tumba sin haber alcanzado algún mérito que lo satisfaga.  

Si uno vive su vida procurando agradar a todo el mundo, o si espera superar un impedimento antes de alcanzar sus objetivos, quizás nunca vea una luz al final del túnel.

Y si uno vive su vida esperando que otros lo comprendan, le tiendan una mano, lo levanten del piso, le muestren misericordia o lo traten de manera especial, podría terminar hundido en la depresión más profunda debido a la decepción.

Uno no puede detener el tiempo, las circunstancias ni las opiniones de los demás para tomarse un respiro y/o lanzarse al ruedo. ¡Tiene que igualarse y meterse acelerando!

Por "igualarse y meterse" no hablo figuradamente para sugerir sumisión abyecta al pensamiento popular, sino a la necesidad de observar la situación,  decidirse, tomar la iniciativa y proceder con prudencia.

Cuando uno va en automóvil a baja velocidad y quiere ingresar a una vía de alta velocidad, no frena y espera que los demás conductores le cedan el paso. Eso no va a ocurrir. Los demás conductores seguirán a alta velocidad. ¡Uno tiene que acelerar mientras busca y descubre un espacio entre dos automóviles, y entonces se inserta en la vía! Si se detiene a esperar, no solo se le pasará la vida esperando, sino que pondrá en peligro a otros.

Por lo tanto, volviendo al ejemplo de la cojera, llega un momento en que la persona piensa: "¿Es mi desventaja verdaderamente un impedimento para jugar fútbol? ¿O en realidad el impedimento está más arriba de mis piernas, en mi cabeza, entre mis pensamientos y sentimientos y en mi percepción de la vida?

"¿No será que el impedimento es lo que pienso acerca del impedimento mismo?
¿No será que se trata más bien del concepto que tengo de mí mismo, por compararme con los que no tienen impedimento? ¿Realmente se trata de una discapacidad tan grande que no me permite ponerme al mismo nivel, como cuando uno va en auto y tiene que ingresar a una vía de alta velocidad? ¿Será el temor al qué dirán, a hacer el ridículo, a ser rechazado, a fracasar o a caer?

"¿Acaso los futbolistas profesionales no caen de vez en cuando? ¿Acaso no les dan también tarjetas amarillas y rojas? ¿Acaso a los cojos no les podría pasar exactamente lo mismo? Entonces, ¿cuál es la diferencia y el verdadero impedimento?".

Hablar de este asunto es ciertamente delicado, pero en mi caso, no voy a pasarlo por alto solamente por temor a herir a alguien. ¡Hay que decirlo y hay que escucharlo!

Si uno busca la definición en el diccionario para tartamudo, hallará que simplemente dice que se trata de una onomatopeya que indica un modo de hablar o leer de manera entrecortada y repitiendo las palabras. Pero, ¿qué significa onomatopeya?

Onomatopeya es la “imitación de un sonido”, en este caso se refiere al sonido trt, que antiguamente se consideraba un sonido común al tropezar en el habla.

Por ejemplo, hoy en día muchas personas, incluso presentadores de television y gente a quien se considera culta, tropiezan a cada rato en el habla, anteponiendo muletillas como “sí”, “claro”, "eeee", “esteeee”, "¿no?", "¿no cierto?", “emmmm”, “estoooo”, “entonces”, “por supuesto”, y rara vez se los critica.

¿Imaginas que a los que hoy repitieran emmmb, esteee o entonces, comenzaran a llamarlos peyorativamente embudo, esteban o entonto? ¿Cómo afectaría su autoestima? Y lo que sería peor, ¿los ayudaría a mejorar?

Imagina por un momento que a todo el que tuviera una muletilla comenzaran a llamarlo peyorativamente muleta.

No obstante, este artículo no se refiere simplemente a una muletilla o tropiezo al hablar, que podría corregirse con sencillez y en poco tiempo, sino a algo que pudo hundir sus raíces en un desorden físico o incluso genético, algo que sería mucho más complicado de tratar.

Por eso, no sería exagerado consultar con un especialista, a fin de obtener un diagnóstico verdadero que ayude a uno a entender mejor este asunto, en cuanto a si verdaderamente se trata de un problema físico o solo de un mal hábito al hablar sustentado por emociones y pensamientos mal dirigidos.

Por ejemplo, cierto alumno vino a mis clases de oratoria diciendo que tenía “frenillo”. Pero le expliqué cómo se articulaba el sonido “T” y el sonido “R”. Comenzó a hacer unos ejercicios sencillos de tipo trrr, trrr, trrr y su “frenillo” desapareció. El problema era que ni siquiera sabía lo que era un “frenillo”. En realidad no tenía “frenillo”. Era solo un mal hábito desde la infancia, de pronunciar la “r” con la úvula. Si hubiera sido un verdadero frenillo, no lo hubiese resuelto con simples ejercicios. Hubiera necesitado atención médica profesional.

Y si uno tuviera un episodio de hipo, no solo haría sonreír a los que lo escucharan. Tampoco podría detenerlo así porque sí. En la web se pueden hallar remedios caseros (no certificados médicamente). Es como un tic nervioso del músculo diafragmático, una descoordinación con los músculos respiratorios. Se cierra la glotis y produce el tipico sonido aspirado ¡hip! Si no cede, dura mucho tiempo o regresa constantemente, vale una consulta médica.

Un día, cierta persona que desde hacía mucho luchaba tenazmente contra tres tipos raros de cáncer me dijo: “La clave para vencer al cáncer es investigar”. Se la veía llena de vida y muy entusiasta. Lo mismo se puede decir acerca de cualquier enfermedad, problema, discapacidad, disfunción  o dificultad. De hecho, leer este material te ayuda a entender mejor algunas cosas, ¿verdad?

El prefijo tart viene de tartalear, que significa moverse sin orden, turbarse o temblar, y en el caso del habla, se refiere a “tropezar al expresarse”, “tener un impedimento”, “repetir ciertos sonidos”.

Pero antiguamente tart, llegó a combinarse con mud, del latín mutis. Mud es un sonido que se emite con la boca cerrada. Tart y mud finalmente derivó en tartamud.

Hoy sabemos que antiguamente campeaba la ignorancia entre el vulgo. De hecho, solo la gente de recursos económicos e influencia social tenía acceso a las escuelas. No sabían nada de psicología práctica ni de los efectos a largo plazo de la estimulación temprana ni de las teorías sobre cambios climáticos, Internet, el nivel cuántico ni de nanotecnología. Hasta se procedía de modo salvaje. Trepanaban los cráneos para extraer los espíritu malos, circuncidaban a las mujeres y lanzaban a los niños al fuego para apaciguar a los llamados dioses.

Por eso, aunque existe la palabra tartamudo, debo empezar por aclarar que a nadie le agrada que lo califiquen o clasifiquen de manera peyorativa.

“Peyorativo” denota palabras o frases que denigran a las personas o empeoran las cosas. Proviene del latín peiorare (empeorar), que algunos creen que a su vez deriva de peior (el que tropieza o pierde apoyo y cae). Solía compararse con malus (malo), cuyo superlativo era pessimus (pésimo). Hoy usamos malo, peor y pésimo como calificaciones bajas.

Como vemos, nada elogioso. Sin duda, un tratamiento denigrante no ayuda a nadie que tenga ese problema a alzar la cabeza. Sería como llamar embudos a los que a cada rato dicen emmmb, o entontos a los que repiten mucho entonces. De hecho, ni siquiera los médicos deberían calificar con palabras peyorativas al referirse a alguien con impedimentos del habla.

Una persona que tartamudea sabe lo que quiere decir, pero tiene dificultad para expresarlo, es todo. Quizás inserte, repita o prolongue a manera de muletilla las letras A, E, I, O, U, o consonantes como B, C, D, T o M. O tal vez pause antes de decir cierta palabra que le resulte difícil pronunciar.

Aunque anteriormente dije que podría deberse a una desventaja física o incluso genética, muchas veces la causa o empeoramiento del problema se sostiene o agrava por la manera como el individuo se ve a sí mismo, afectando su autovaloración y la manera como se relaciona con los demás.

Si los adultos suelen tomar fotografías a un niño cuando se muestra -o le piden que se muestre- serio y taciturno, lo acostumbrarán a considerarse así siempre. A los niños les encanta reír y saltar. Pero si en casi todas sus fotografías se ven serios, acabarán creyendo que así son y que deberían corresponder con esa imagen en todo momento.

Igualmente, quizás al principio uno se ponga tenso, rígido y ansioso de vez en cuando al expresarse, y hasta llegue a pensar que no es muy hábil para comunicarse, pero poco a poco se podría ir hundiendo en las arenas movedizas de conceptos negativos que no tenían por qué convertirse en determinantes de su personalidad y carácter.

Observadores probablemente comiencen a burlarse y a destacar su desventaja al darse cuenta de que la ansiedad los hace parpadear nerviosamente, les tiemblan los labios o la mandíbula y comienzan a manifestar tics en el rostro. Hasta comediantes hacen reír a sus auditorios contando chistes al respecto, algo que no es grato para quienes tienen tal lucha interna. Se pudiera generar un odio enfermizo hacia uno mismo, hacia los observadores y hacia todo lo que lo rodea, sumiendo a la persona en la soledad, aunque esté rodeada de un millón de personas.

Lo interesante es que al investigar un poco este asunto, siempre encuentro que se relaciona con una incomodidad emocional, con la urgencia, presión o apuro por expresarse delante de otros. Porque cuando la persona se siente cómoda, no siente ninguna urgencia, presión ni apuro, y tiende a fluir cómodamente por un largo rato sin tropezar.

De hecho, en cierta ocasión quedé pasmado cuando escuché a un amigo que fluyó dando una explicación sin tropezar ni una sola vez. Me pregunté: “¿Qué le pasó? ¿De repente olvidó que tenía el problema?”. Fue cuando descubrí por mí mismo que no siempre se trata de un desorden físico o genético.

Aquí es donde la oratoria se convierte para estas personas en un obstáculo aparentemente insuperable. Suponen que nunca podrán dar un buen discurso porque nunca serán capaces de superar su problema, lo cual interpretan como ser como los demás ("Si hablo como los demás, habré resuelto mi problema y seré feliz"). Pero ¿es eso verdad? ¿No estarán confundiendo conceptos? ¡Ahí podría hallarse la raíz de la solución!

Ya se trate de un asunto físico, genético o emocional, no ayudará pensar que uno debería ser como los demás. En algunos casos, son los adultos los que metieron esa idea en la mente del niño, al decirle: "¿Por qué no hablas bien?" o "¿Por qué no hablas como los demás?". Mentes pequeñas que creen casi todo lo que se les inculca.

Al margen de lo físico o emocional, recuerda que pretender ser como los demás es una ilusión, un engaño de un pensamiento o razonamiento equivocado. ¿Por qué? Porque se trata de una ficción,  una realidad virtual, algo que nunca ocurrirá en el mundo real.

Ni siquiera los demás podrán ser algún día como los demás. La única realidad es que todos somos -y siempre seremos- diferentes. Cada uno con un carácter, una personalidad, un cuerpo, una vida, una manera de ser que siempre podrá modificar a voluntad, y una que siempre será diferente al resto.

Así como cualquiera podría modificar su mentalidad y su patrón de comportamiento, tú también puedes modificar tus patrones de pensamiento y de comportamiento. Unos lo harán de cierta manera, otros, de otra.

No es realista pretender hablar ni escribir, ni cantar ni bailar ni correr ni pintar como los demás. Solo un buen imitador o falsificador podría hacerlo, y aun así, sería una ilusión, una actuación teatral, no la realidad.

Pretender parecerse a los demás podría ser un concepto que perfore muy profundamente la mente y el corazón. De hecho, los fans procuran llegar a ser como sus ídolos, procurando imitar todos sus rasgos de personalidad, lo cual podría llevarlos a extremos de los que quizás nunca se recuperen. Se sabe de quienes se han querido quitar la vida porque su ídolo no los miró o no les dio un autógrafo.

Mientras uno no lo aclare con el espejo, seguirá siendo esclavo de una idea absurda. Lógicamente, ese no es el caso que estamos viendo, sino solo un ejemplo de los extremos a los que puede llegar la mentalidad de ciertas personas.

Por eso he dejado en claro que una cosa es tartamudear, y otra, muy diferente, considerarlo como un obstáculo para la oratoria. He tenido el placer de escuchar a tartamudos dando discursos interesantísimos, personas que más bien supieron aprovechar su situación para fijar aún más la concentración del auditorio y obtener un mayor grado de cooperación del que otro hubiera conseguido.

Un extraordinario caso es el del escritor Jordi Sierra i Fabra, que se presentó en una conferencia de la serie del BBVA "Aprendemos juntos". Encuéntralo en YouTube.

Aquí vuelvo al ejemplo de la cojera. Una cosa es estar cojo, y otra muy diferente, considerarlo como un impedimento para alcanzar cierta meta. No necesitamos especular si una cojera es física, genética o emocional, ¿verdad? El punto es que, mientras para unos se convierte en un obstáculo insuperable, otros lo convierten en un reto que, aunque no lo desean, están dispuestos a aceptar.

Cualquiera que sufriera de cojera seguramente pensaría que nunca podría jugar fútbol. Pero ¿en qué está creyendo realmente? ¿En que su cojera es el impedimento? Probablemente llegue a descubrir que el impedimento está más arriba de sus piernas, en su cabeza y en su corazón.

¿Qué es lo que piensa sobre el impedimento realmente? ¿No se tratará del concepto que tiene de sí mismo, por haberse comparado siempre con los demás? ¿Realmente se trata de un impedimento tan grande que no podría superar o hasta usar a su favor? ¿O será que el temor al qué dirán, a hacer el ridículo, a ser rechazado, a fracasar o a caer le hacen difícil admitir la idea de comenzar a reajustar sus enfoques?

Piensa en esto: ¿Cuál es la diferencia? ¿Acaso los futbolistas no caen al piso de vez en cuando? ¿Acaso no les ponen tarjetas rojas y amarillas por incurrir en una falta, dos faltas, tres faltas? ¿Acaso a un cojo no le ocurriría exactamente lo mismo? ¡La ley de promedios diría que sí! Entonces, ¿cuál es la diferencia? ¿Cuál es el verdadero impedimento? ¿La cojera?

Es cierto que no será fácil. Pero nadie la tiene fácil en esta vida. Hay bailarinas que se rompieron un pie, pianistas a los que se les acalambraron los músculos de los dedos, guitarristas que no tenían guitarra propia, patinadores que resbalaron muchísimas veces, oradores que terminaron roncos.

No es cuestión de ser como los demás, sino de ser uno mismo, en su nivel, en su grado de experiencia, en el campo en que más le agrade, ya sea religioso, social, empresarial, deportivo, etc.

Hay abogados invidentes, karatecas mancos, científicos parapléjicos, la lista es interminable. ¿Puede una pierna ejercer tanto poder sobre uno como para truncar su vida? ¡Claro que sí, a menos que uno ponga las cosas en su lugar!

Si exponemos a un niño a situaciones que generen un sentido de urgencia, presión o necesidad de apurarse, o que requieran que hable frente a otras personas cuando no lo desea, ¿no estaríamos exponiéndolo también a desarrollar una disfunción mental o emocional al respecto? Quizás nos echaría la culpa si descubriera dónde se originó verdaderamente el error.

Lo que es más importante, ¿estaría a tiempo para abrir los ojos, retomar su vida, tirarse al hombro el problema y darse el gusto de dar un excelente discurso a pesar de su tartamudez? ¡Quién le metió la idea de que, antes de dar un buen discurso, tenía que ser como los demás o superar su tartamudez? ¡A mí me encantaría oírlo! ¡Cuánta admiración y motivación despertaría en sus oyentes!

Es mejor ofrecer elogios en lugar de crítica. Es mejor felicitar al niño por dejarse entender que dirigir la atención a sus balbuceos. ¡Todos los niños tartamudean y balbucean antes de poder hablar correctamente! ¡Están aprendiendo! Por eso, si decides corregir el habla de un niño, hazlo de manera amable y positiva, buscando momentos oportunos.

Aceptemos al niño tal como es y orientemos su camino a partir de eso. No reaccionemos negativamente ni lo castiguemos por tartamudear un poco. ¡Distraigamos su atención hacia otra cosa! Si no lo logra hoy, dejémoslo intentarlo mañana. No permitamos que se concentre en un tropiezo que quizás resultará pasajero, mucho menos si será permanente. Concentrarlo en lo negativo solo podría incrementar sus sentimientos de inseguridad y timidez. En cambio, el apoyo y el aliento marcarán la gran diferencia.

Si algún tropiezo al hablar se convirtió en un problema para ti, tal vez haya consejos de superación que podrías no haber tenido en cuenta antes. ¿No te parecería conveniente tenerlos en cuenta a partir de hoy y darle un golpe de timón a la forma como siempre enfrentaste este asunto?

Palabras problemáticas, como las que comienzan con determinadas consonantes o vocales, tal vez puedan superarse. Es como lo que ocurre cuando uno quiere aprender a hablar un nuevo idioma. Y es así como debes encarar el asunto. Pon a un lado tus preconceptos y paradigmas personales y toma al toro por las astas, como si empezaras a aprender a pronunciar un nuevo idioma.

Hay idiomas complicadísimos, como los de los bosquimanos de los pueblos san, basarawa, sho y ǃkung, cuyas lenguas joisanas noroccidentales se caracterizan por chasquidos o clics. Aprenderlos seguramente le rompería la cabeza y la lengua a un occidental. ¿Y qué pensaría un bosquimano que tuviera que dar un dicurso en Nueva York: "No puedo, porque no sé hacer clics en inglés"? No creo.

La clave consiste en asumir la pronunciación de cualquier idioma como un reto. Lo mismo debe hacer cualquiera que esté en desventaja oral con su propio idioma o dialecto.

Por ejemplo, si un aborigen de nuestro propio país diera un discurso en el idioma citadino, quizás exclamaríamos: "¡Qué mal habla!". Pero si viniera un extranjero de un país desarrollado y diera el mismo discurso mascullando el idioma, seguramente diríamos: "¡Qué bien habla!". ¿No llamamos a eso hipocresía?

Por supuesto, es muy apropiado que uno se pregunte qué produce la tartamudez, ¿qué tipo de pruebas se necesitan para un verdadero diagnóstico? ¿Es una enfermedad? ¿Un desorden emocional? ¿Qué tratamientos y alternativas disponibles hay? ¿Qué sitios web me recomiendan?

Y es de esperar que el especialista nos pregunte: ¿Cuándo fue la primera vez? ¿Le ocurre constantemente, o de vez en cuando? ¿Siente que empeora? ¿Hay alguien en la familia con antecedentes similares? ¿Qué efecto ha tenido en su desempeño escolar, laboral o social?

El hecho de que empeore cuando uno se siente emocionado, cansado o estresado, o cuando se siente corto, apurado o presionado, o cuando habla en público o por teléfono, puede ser indicativo de que tiene solución, pero mucho dependerá del esfuerzo y confianza que uno le ponga al consejo. ¿No es interesante que algunos hablen con fluidez cuando están a solas, o cuando están en su zona de comfort?

¿Y si no tiene solución? Recordemos el dicho: "Si tu problema tiene solución, ¿de qué te preocupas? Y si no tiene solución, ¿de qué te preocupas?" (no sabes cuánto me ayudó en la vida esa sencilla frase).

Bueno, este artículo no pretende darle vueltas a las causas, a los problemas en el motor, a los sensores, a los factores subyacentes y detonadores o a la genética. Tampoco a los accidentes, traumas u otros trastornos reales que ameritan una consulta con un especialista.

Pero espero que el ejemplo de los futbolistas te hayan dado en qué pensar. En el sentido de que, al margen de las causas y terapias que decidas seguir, lo importante es trabajar -sí o sí- a nivel emocional a fin de hacerle frente y dejar de sentirte en desventaja respecto a los demás.

Ya se trate de una mala costumbre al pronunciar, de un defecto físico real o de una reacción emotiva, lo mejor es no darle vueltas a los sentimientos de fracaso, ridículo, temor e incapacidad. Alza los hombros en señal de "¡Qué me importa!" y tira para adelante con decisión, aplomo y confianza de que bastará que realices tu mejor esfuerzo, y a los demás con que observen cómo tú también puedes meter goles en tu vida a pesar de las diferencias.

Una vez leí en un libro, que la única manera de superar el temor consistía en enfrentar aquello que uno teme. Y solo por poner a prueba tan sencillo consejo, decidí ponerlo en práctica en la siguiente ocasión que algo me atemorizara: un sismo. Ya han pasado más de treinta años. ¡Los sismos me encantan! Siento que son como los sonidos estomacales del planeta, como cuando los gases en nuestros intestinos empujan lo que comemos. Como una tubería cuando fluye el agua. La gran mayoría no son graves, otros requieren más respeto. Tomo mis precauciones, pero ya no me asustan.

De todos los trastornos que derivan de una mala pronunciación, y que me preocupan, razón por la cual redacté este artículo, son los relacionados con las trabas emocionales que tengas para comunicarte con un gran auditorio. Me refiero a cualquier ansiedad por expresar lo que sientes, evadir tus oportunidades de comunicarte con un grupo numeroso, aislarte socialmente o tu destreza para enfrentar la burla de manera adecuada.

Te lo digo con la mejor intención porque todo eso seguramente está afectando destructivamente tu autovaloración, el concepto que tienes de tu propia persona. ¡Dale la contra y comienza a modificar el paradigma de que no podrías expresarte en público! Mira la foto de este articulo y piensa: "¡Hazlo con "muletas", pero hazlo!". 
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