La desesperación es lo que resulta de perder la confianza en que se cumpla un deseo (es la negación o lo contrario del verbo "esperar"). Pero su connotación va más allá de una simple frustración. Generalmente se la reconoce por un estado de ánimo muy inquieto que impulsa o fuerza a la persona a pensar en tomar medidas extremas o drásticas ante lo que parece imposible de solucionar.
Un dicho reza: "Ante la desesperación se acepta todo". Sin embargo, hay que reconocer que no es un dicho muy sabio. Aceptar cualquier cosa cuando uno está desesperado podría significar correr riesgos que podrían resultar en un mayor perjuicio para uno mismo y los demás. De modo que, aunque puede ser útil a fin de exigirnos al máximo en nuestros esfuerzos por lograr lo que deseamos, también podría abrirnos la puerta a mayores problemas y dificultades que solo agravarían la situación, y si no a nosotros, a nuestros seres amados.
Ante la desesperación la gente suele aceptarlo todo, es cierto. Pero si no se miden las consecuencias ni se da uno un respiro para sopesar los riesgos, uno podría alcanzar el punto de quiebre y perder más de lo que realmente le quedaba. La desesperación puede hacer que uno vea el espejismo de un oasis donde en realidad solo hallará una desgracia. ¡Qué idea grandiosa ver una luz al final del túnel! Con tal que no sea la luz de un tren que se nos echa encima a gran velocidad. Tomar decisiones desesperadas no es siempre la respuesta.
Por ejemplo, alguien podría estar tan desesperado que podría comenzar a pensar en solucionar sus problemas económicos tratando de engañar a las autoridades sacando drogas del país. Pero si piensa en lo que sucedería si le dan quince años de prisión, se daría cuenta de que sus problemas económicos parecerían pequeños en comparación con todo el daño que ocasionó a sus seres queridos, los años de vida que habría perdido y la mala influencia a la que habría quedado expuesto durante años juntándose con otros reclusos, y el estigma de haber salido de prisión, lo cual dificultará conseguir trabajo y buenas relaciones en el futuro.
La desesperación tiene el potencial de tomar el control y hacer que uno se porte como loco tomando decisiones imprudentes que, a la larga, añaden dolor al dolor. Entonces, ¿cómo proceder en tales circunstancias?
La proactividad es la capacidad de adelantarse mentalmente a las consecuencias y tomar medidas para que dichas consecuencias no sucedan, o por lo menos minimizarlas. Es una protección contra desgracias, porque uno se proyecta con la imaginación a lo que podría ocurrir y tomar las acciones necesarias para ponerse y mantenerse a buen recaudo. Una persona que conoce las rutas de escape tiene más probabilidades de salvar su vida en un incendio o terremoto. El mismo principio se puede aplicar a toda situación. La persona proactiva es aquella que lo piensa más de dos veces antes de tomar una seria decisión.
La resiliencia es la capacidad para tolerar el sufrimiento y superar situaciones traumáticas. Un trauma es un grave golpe emocional, un suceso que impacta fuertemente en la estructura emocional del individuo. ¿Cómo pueden algunas personas superar el trauma de una guerra o de una gran injusticia y continuar con su vida? Usualmente se debe a que han acumulado recursos intelectuales, emocionales y espirituales que fortalecieron su estructura mental. Es semejante a lo que hacen algunas aves antes de atreverse a cruzar en vuelo el Océano Atlántico desde Norteamérica en vuelo hacia África. Primero se nutren bien, acumulando suficientes proteínas, luego se remontan sobre el océano.
El que estés leyendo este material fortalece tu capacidad mental. El estudio y la investigación amplian tu panorama, tus perspectivas y tu enfoque de los problemas. Por ejemplo, el capitán de un barco puede ver más allá y resolver problemas que a un marinero no se le ocurriría. Sin embargo, a un marinero bien instruido podría ocurrírsele una solución que al capitán nunca le hubiera pasado por la cabeza ni en mil años.
Por ejemplo, cuentan que durante la guerra, unos marinos avistaron la cercanía de una mina explosiva. Si no la alejaban pronto del barco, todos se irían a pique en medio del océano y tal vez serían comidos por tiburones o se congelarían o ahogarían. Pero si le disparaban o siquiera la tocaban, sería el final, debido a su cercanía. Al capitán, desesperado, no se le ocurría cómo resolver el problema. Pero fue lo suficientemente inteligente para poner a todos en fila y decirles que se expresaran sus ideas.
Después de un rato, uno de los marineros pidió permiso para hablar. "¡Hable!", dijo el capitán. Entonces sugirió echar agua al agua con la manguera de incendios. El capitán no logró entender. El marinero insistió y explicó. Al echar agua al agua no tocarían la mina, pero la mantendrían alejada del barco hasta pasar de largo. Después, ya lejos, podrían dispararle e inutilizarla. Entonces, el capitán gritó: "¡Pronto! ¡Echen agua al agua con la manguera de incendios!". Y resolvieron el problema. El marinero fue condecorado pasada la guerra.
La desesperación es un estado de ánimo terrible para cualquiera, ya se trate de un peligro, una enfermedad grave, el fallecimiento de un ser querido, perder el trabajo, un terremoto, un tsunami o cualquier cosa que nos saque abruptamente de nuestra zona de comfort. Los incautos suelen aceptar cualquier propuesta absurda o solución disparatada con tal de solucionar su situación y su mente tal vez se ciegue a las consecuencias negativas.
Sin embargo, practicando uno la proactividad y fortaleciendo su capacidad para la resiliencia puede pensar un poco más inteligentemente y llegar a respuestas, soluciones, procedimientos, técnicas o formas de enfrentar las circunstancias de una mejor manera.
En el peor de los escenarios solo queda la resignación, es cierto. Pero mientras exista una manera de resolver el problema, sin empeorar la situación, podemos mantener un buen ánimo y esperar que nuestro maravilloso cerebro -o el de otra persona- nos sorprenda con una solución o respuesta increíble, una que quizás no se nos hubiera ocurrido.
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