Pasando por una calle, alcé la mirada y llamó mi atención la copa de un sencillo árbol que daba una bonitas flores amarillas.
No había muchas, pero llamaron tanto mi atención que saqué mi cámara, corté una y la fotografié. ¡Se veía tan frágil, sencilla y bella! Nunca la había visto.
¡Qué linda! Mientras me deleitaba observándola, bajé la mirada y noté que otras habían caído del árbol, todas ellas candidatas a ser barridas por el olvido. ¡Estaban todo en derredor! Pero habían cambiado a un precioso color rojo poco antes de desprenderse.
Se veían tan bellas -o más- que las que seguían aferradas al árbol. Parecía como si acababan de florecer. Agarré una y también le tomé una foto para mostrártela.
Y pensé: Así ocurre con la flor de la juventud. Uno crece y se desarrolla rebosante de poder, vigor y dinamismo. ¡Cuantas metas alcanzadas, a veces entre los primeros, otras entre los últimos! Pero al envejecer, al igual que las flores, pierde su vigor juvenil y finalmente se desprende como si fuera de un árbol.
Sin embargo, en vez de vernos a nosotros mismos como quienes llegamos a la cumbre de la vida abrigando pensamientos negativos, preguntémonos: ¿Cómo nos verá Aquel que hizo las flores? Llegar a una cumbre de una montaña es solo la mitad del camino. La otra mitad hay que hacerla de bajada. Es cuando llega la flor de la vejez.
Dios seguramente admira el esplendor y vigor de la juventud, pero también la sabiduría y experiencia acumulada de la vejez. Los jóvenes despliegan un gran entusiasmo y cultivan ilusiones maravillosas con todas sus energías a fin de hacerlas realidad. Miran adelante a las buenas cosas que podrían hacer. Pero los de más edad saben lo mucho que cuesta cultivar cualidades como la perseverancia, el aguante, la sabiduría, el perdón, el equilibrio y la sensatez. Miran atrás y recuerdan las muchas cosas buenas que hicieron.
Entonces pensé en mis abuelos, en mis padres, en mi esposa, en mi hija, en mi yerno y en mi nieto, ¡Qué vida maravillosa vida he tenido! ¡Cuantos sinsabores! Una cadena de amor y experiencia, de desafíos y penumbras, de carcajadas y paisajes inagotables.
Y pensé en mis muchos parientes y amigos y en las muchas personas que todavía me faltaba conocer, las anécdotas por escribir, las pinturas pintar y las canciones por componer.
Ambas flores se veían tan hermosas... Quedé extasiado. ¡Cómo era posible que envejecieran y cayeran de aquel árbol y todavía verse más bonitas y relucientes que las que seguían prendidas de sus ramas!
Entonces recogí varias, las junté en mi mano, formé un precioso ramillete y volví a casa, suspirando y reflexionando en mi avanzada edad, lo que se me venía por delante. ¿Qué nuevos proyectos se me ocurrirían? ¿A quiénes más podrían ayudar mis consejos y anécdotas? ¿Acaso debería estar contando cuantos años gasté, y no cuantos días aún me quedan por disfrutar al máximo?
Las puse sobre una mesa y me deleité mirándolas muchos días, hasta que finalmente se marchitaron por completo. ¡Qué hermosas!
Los viejos impulsamos a los jóvenes con nuestra experiencia, nuestras sugerencias, historias, refranes, integridad y convicción de que la vida continúa floreciendo aunque algunos parezcamos marchitarnos, como caídos de un árbol.
Los viejos sostenemos a los jóvenes, pero los jóvenes también serán viejos algún día. De esta maravillosa manera la naturaleza nos enseña que ambos grupos -jóvenes y viejos- embellecemos el jardín de la vida, sintiéndonos como si el tiempo nunca hubiera transcurrido, como si retrocediera y avanzara al ritmo del chasquido de nuestros dedos.
Es cierto que los jóvenes bullen de vigor y entusiasmo, pero un día se les terminará y también llegarán a comprender que todavía tendrán mucho para dar, mucho por vivir, mucho por conocer y saber.
Ambas flores se veían tan hermosas... Quedé extasiado. ¡Cómo era posible que envejecieran y cayeran de aquel árbol y todavía verse más bonitas y relucientes que las que seguían prendidas de sus ramas!
Entonces recogí varias, las junté en mi mano, formé un precioso ramillete y volví a casa, suspirando y reflexionando en mi avanzada edad, lo que se me venía por delante. ¿Qué nuevos proyectos se me ocurrirían? ¿A quiénes más podrían ayudar mis consejos y anécdotas? ¿Acaso debería estar contando cuantos años gasté, y no cuantos días aún me quedan por disfrutar al máximo?
Las puse sobre una mesa y me deleité mirándolas muchos días, hasta que finalmente se marchitaron por completo. ¡Qué hermosas!
Los viejos impulsamos a los jóvenes con nuestra experiencia, nuestras sugerencias, historias, refranes, integridad y convicción de que la vida continúa floreciendo aunque algunos parezcamos marchitarnos, como caídos de un árbol.
Los viejos sostenemos a los jóvenes, pero los jóvenes también serán viejos algún día. De esta maravillosa manera la naturaleza nos enseña que ambos grupos -jóvenes y viejos- embellecemos el jardín de la vida, sintiéndonos como si el tiempo nunca hubiera transcurrido, como si retrocediera y avanzara al ritmo del chasquido de nuestros dedos.
Es cierto que los jóvenes bullen de vigor y entusiasmo, pero un día se les terminará y también llegarán a comprender que todavía tendrán mucho para dar, mucho por vivir, mucho por conocer y saber.
Cuando la flor de la juventud se disipa, otra flor renueva nuestras fuerzas: La flor de la vejez. Tomar conciencia de ello nos devuelve la convicción de que tan solo hemos cruzado la mitad del camino. La vida no termina con la vejez. El maquillaje y las fotografías quedan para el recuerdo, pero la belleza interior sigue floreciendo más que nunca.
Nadie puede negar que la muerte es un enemigo poderoso. Tarde o temprano nos marchitamos y morimos. Y por más que nos esforcemos por prolongar nuestra vida, terminaremos reconociendo que no somos tan poderosos como creíamos.
La juventud sostiene nuestro ánimo, y el ciclo de vida y muerte continuará hasta que llegue el feliz día en que todos juntos bebamos las aguas de la eternidad, una vida y un tiempo en el que todos los inconvenientes del dolor, la enfermedad y la vejez ya no tendrán ningún poder. ¡La vida de cada uno será una flor de la verdadera juventud!
ARRIBA
ARRIBA