Alerta a los cambios

(Ver otros artículos)



José Benavente solía decir: "No creo en los sermones. Son como letreros en la carretera. Inútiles para los que conducen con prudencia, y más inútiles para los que van decididos a estrellarse".

No está hablando de automovilismo, ¿verdad? Está hablando de las personas que se desempeñan con inteligencia, y de las que no. Pero ¿qué es la inteligencia?

Aunque parezca mentira, ya entrado el siglo 21 los expertos todavía no se ponen de acuerdo con una definición universal de la inteligencia.

En lo que sí están de acuerdo es en que interviene el conocimiento, la memoria y la capacidad de tomar decisiones y usarla para resolver problemas.

Una de las variadas definiciones que más me gusta es esta de Herbert Woodrow: "Inteligencia es la capacidad de adquirir capacidad".

En fin, lo que queda en claro sigue siendo la base de todo: No hay inteligencia sin conocimiento ni sin capacidad para usar dicho conocimiento.

De hecho, muchos de los conocimientos primarios que uno adquiere en la vida se basan en la propia experimentación, mientras que otros proceden de los demás a través de medios audiovisuales.

¿Cómo te sirve en la oratoria?

Sabemos que gran parte de lo que aprendemos se debe a la lectura. Leemos acerca de una gran variedad de asuntos para incrementar nuestro acervo cultural.

Y sabemos que la memoria es esencial para la inteligencia. Es la grabación de algo que ingresó a nuestra mente.

Cualquier mente promedio tiene la facultad de retener todo lo que ingresa en ella. Puede hacerlo consciente o automáticamente.

Pero ¿de qué depende retener o no algo que ingresó? A veces, un gran impacto causa una grabación permanente que hasta podría influir en nuestro comportamiento por el resto de la vida. Otras, requieren un esfuerzo consciente de nuestra parte, ya sea evocando muchas veces el impacto o asociándolo con algo que nos era familiar.

Evocar o recordar es por tanto esencial para mantener vigentes los recuerdos que sirven para seguir añadiendo cadenas a las estructuras de nuestros pensamientos.

Por ejemplo, si nos apresuramos a juzgar o criticar a alguien diciendo que no será capaz de hacer esto o aquello, ¿qué diremos si después nos enteramos de que no solo fue perfectamente capaz de hacerlo, sino que benefició enormemente a la humanidad?

Y si a pesar de la evidencia siguiéramos negando su capacidad, estaríamos demostrando sin lugar a dudas que no fuimos ni somos tan inteligentes como creíamos. Porque mucha de la inteligencia implica razonar lógicamente.

¿Y qué es razonar sino la capacidad para relacionar las ideas y conceptos entre sí a fin de formarnos conceptos aún más claros, llegar a conclusiones y tomar mejores decisiones respecto a muchos asuntos?

Si hay evidencia clara destellando ante nuestros ojos y nos negamos a reconocerla o aceptarla, entonces, más que poco inteligentes, tal vez estaríamos demostrando que fuimos atrapados por el prejuicio, la envidia, los celos, el rencor, el odio o algún otro sentimiento malsano.

Presente, pasado y futuro

De modo que ante las muchas definiciones de inteligencia, y ante el hecho de que hasta los expertos tienen dificultad para ponerse de acuerdo para definirla universalmente, solo nos queda reflexionar en los datos que tenemos y aplicar nuestra propia inteligencia para definirla de un modo que nos resulte útil en la práctica.

Si hay algo que nos diferencia de todos los seres conocidos, es nuestra capacidad para observar y analizar el presente, compararlo con el pasado y formarnos una idea sobre el futuro. Y dependiendo de las conclusiones a las que lleguemos, no solo nos haremos una idea de lo que será nuestra vida en el futuro (a corto, mediano y largo plazo), sino que tomaremos decisiones que constantemente nos mantengan orientados hacia aquello que idealizamos. Un pingüino no entendería nada de esto, porque reaccionará instintivamente.

Lamentablemente, tampoco hay consenso respecto a las conclusiones. Porque las conclusiones se basan en nuestros conocimiento, vivencias y experiencias personales. Una persona que estuvo en la Luna tiene nociones muy diferentes a las que tiene alguien que nunca fue a la Luna, por muchos conocimientos que haya acumulado en la Tierra.

Igualmente, si una persona tuviera la capacidad de ver el futuro, también podría ser capaz de orientar su vida de mejor manera que alguien que no tuviera dicha capacidad. Pero, ¿acaso se puede ver el futuro?

En ciertos sentidos, sí. Una manera es analizando el pasado. Por ejemplo, examinamos de comienzo a fin la trayectoria de vida de fumadores, borrachos, promiscuos, delincuentes o estafadores y tendremos una idea de lo que sería nuestro futuro si personalmente nos iniciáramos en tales actividades.

Igualmente, podríamos formarnos una idea en sentido positivo si examinamos la trayectoria de personas que no practicaron dichas cosas.

De modo que la inteligencia tiene que ver con la observación, con los conocimientos, la memoria y el uso que damos a las nociones que nos formamos acerca del pasado, presente y futuro.

A ciertas personas les aburre ver documentales de televisión sobre arqueología, dinosaurios o descubrimientos en el fondo del mar. A otros les aburren las películas de ciencia ficción que pintan el futuro como una era de viajes interplanetarios, guerra entre mundos enemigos y relaciones frías y carentes de amor. Y a otros les aburren los programas que les ayudarían a conocerse mejor a sí mismos y a los demás y a sacar mayor provecho al conocimiento y a sus capacidades humanas.

Pero ¿qué tiene que ver todo esto con el título del artículo "Alerta a los cambios"?

En general, la inteligencia es la que nos permite mantenernos alerta a los cambios, prepararnos y actuar en consecuencia. La vida no es estática ni inerte. Sufre modificaciones constantemente.

No tenemos problema para adaptarnos a los cambios cuando nos llegan poco a poco, casi sin darnos cuenta. Pero reaccionamos negativamente -a veces hostilmente- si nos llegan de súbito o sin previo aviso y sin haberlo imaginado, sobre todo si no coincide con nuestros preconceptos.

Lo que es peor, muchos en el pasado fustigaron, crucificaron, descuartizaron, aserraron en pedazos, arrojaron desde un acantilado y hasta quemaron en la hoguera a quienes hoy los tribunales exonerarían de todos los cargos e indemnizarían con sumas millonarias.

Algunas personas tienen visión corta, otras, de largo alcance. Las de visión corta no ven más allá de su nariz y estallan ante las ideas innovadoras, drásticas o intempestivas. Anteponen sus emociones a la voluntad para razonarlas y discutirlas fríamente.

Pero las que tienen visión de largo alcance, como las águilas, pueden percatarse del más leve giro en los acontecimientos y predecir hasta cierto grado lo que ocurrirá en el futuro. No por ser profetas ni adivinos, sino que tienen mayor capacidad de análisis de los sucesos que nos afectan.

"Todo cambio genera una crisis"

Carlos Van Der Veen padre solía decir: "Todo cambio genera una crisis". Porque los cambios someten a una gran presión a quienes se han acostumbrado a cierto modo de vivir. Por eso los anuncios de que viene un cambio no solo no suelen ser bienvenidos. ¡Reciben una férrea resistencia!

Este mundo, como lo conocemos, jamás se pondrá de acuerdo en nada con facilidad. Seguirá hundiéndose en un tira y afloja que solo terminará cuando primen los conceptos, los razonamientos, la inteligencia y la sabiduría de una mentalidad superior.

Intuimos que las personas nacemos con la misión básica de desarrollar nuestra inteligencia porque somos naturalmente razonadores y tomadores de decisiones.

Por ejemplo, los padres van a una tienda a comprar pañales para sus hijos recién nacidos, pero no necesitan ir a ninguna tienda para comprarles una conciencia.

Los niños vienen al mundo con recursos básicos que les sirven para autocapacitar su conciencia y enseñarse a sí mismos. ¿No es maravilloso?

Es cierto que se supone que nuestros parientes, maestros y amigos nos ayuden a perfeccionar la conciencia. Pero también podemos continuar con nuestro progreso mediante la lectura, el estudio y la observación cuidadosa de todo lo que nos rodea, así como analizando la historia, las biografías y los documentales basados en hechos comprobados.

Como damos por sentado que los cambios generan crisis, preferimos evitarlos en vez de procurar adaptarnos en la medida en que nuestra conciencia nos indique que ha llegado la hora de cambiar.

La terquedad, el temor, la oposición, el rencor o el desprecio solo demora el cambio para cada uno de nosotros individualmente. Porque no prevaleceremos contra los cambios que vinieran como un tren. O le cedemos el paso o nos lleva de encuentro. ¡Un tren es un tren!

Siempre recuerda que todo cambio genera una crisis y que solo te queda aplicar tu inteligencia para ver si realmente llegó el momento de pensar en otra cosa, es decir, de adaptarte y comenzar a vivir de otra manera perfeccionando tus sentimientos, cediendo el paso a la razón y a las evidencias, analizando el pasado y el presente, formándote una idea más clara de tu futuro, sobre todo, de autoexaminarte honradamente y ver a qué lado de la cuestión te pondrás.

Por ejemplo, una vez quise cambiar un tomacorriente por uno nuevo, pero no pude sacar uno de los tornillos. Traté de forzarlo, pero tampoco funcionó. Además, no quería romperlo. Lo intenté muchas veces de diferentes maneras y no pude. Giraba en falso. Me sentía tan inútil que,  por vergüenza, tampoco llamé a un electricista. Así que allí se quedó varios años.

Un día tuve que llamar al electricista por un asunto de más importancia y aproveché para pedirle su ayuda y ver cómo sacaría aquel tornillo. Le dije que lo había intentado muchas veces infructuosamente. El hombre empuñó su destornillador, se colocó en posición y lo sacó a la primera. Asombrado le pregunté cómo fue posible. Y su respuesta me retumbó en el cerebro por el resto de mi vida cada vez que me enfrento a una situación aparentemente imposible: "Señor -dijo-, todo en la vida es cuestión de saber acomodarse". ¡Cuán cierto!

"Todo en la vida es cuestión de saber acomodarse"

Por ejemplo, decimos que el 0 no vale nada. Pero tiene la asombrosa capacidad de multiplicar por diez a cualquier número o cifra que se sitúe a su izquierda. De modo que, en realidad, no es justo, correcto ni conforme a la verdad decir que no vale nada. De hecho, es un número par.

Por lo tanto, con el tiempo, reconocemos que hasta lo que parece más ridículo, menospreciado o miserable, suele ser muy valioso. Los ingeniosos del reciclaje hacen una fortuna con materia prima gratis, con cosas que creemos que ya no sirven.

Si compras en la tienda una botella de yougurt, te cobran el envase. No te lo regalan. Después de beber el contenido, lo arrojas como basura a un contenedor que una compañía recicladora ha puesto convenientemente a tu disposición. Entonces lo recoge, lo modifica y fabrica nuevos productos, los vende y se enriquece. Pero no te pagó nada por el envase. ¿Alguna vez pensaste en eso?

La inteligencia te permite contribuir a la razón o a la sinrazón, a la solución o al problema, al cambio o a la crisis, según como la utilices.

No me malinterpretes. Por "acomodarse" no me refiero a la hipocresía con la que algunas personas se adecúan solo para obtener un beneficio egoísta, sino a la adaptación que naturalmente se exige cuando las circunstancias cambian.  Si uno pierde el trabajo, tiene que adaptarse. Si muere un ser amado, tiene que adaptarse. Si enferma gravemente, tiene que adaptarse.


Parece que nos ha tocado ser protagonistas de la historia de una generación que sobrevivirá o morirá según utilice su inteligencia y conciencia para reconocer la realidad y adaptarse a los tiempos, o negar la realidad y plantarse, como si fuera, en un ferrocarril, alzando la mano, suponiendo que la bestia de detendrá a nuestra orden.

A veces, los cambios surgen así tan de repente. Resultaría ingenuo plantarnos intempestivamente en la vía esperando que el tren se detenga.

La inteligencia y la conciencia debería susurrarnos que, dependiendo de su carga y velocidad, y en el más optimista y supuesto de los casos, necesitaría casi un kilómetro para detenerse.

Cualquier cambio que amenace nuestra rutina, nuestros rituales, nuestras teorías o las tradiciones de los abuelitos, pondrá a prueba nuestra inteligencia y capacidad de adaptación.

¿No has observado que cuando alguien se atreve a proponer un cambio radical, una modificación profunda o una innovación que a nadie jamás se le había ocurrido, la respuesta automática es: "¡¡No!! ¡¡No se puede!!"?

A pesar de que ni siquiera han pensado en ello ni tenían la menor idea de cómo podría hacerse, ponen el grito en el cielo diciendo que no se puede.

Por ejemplo, en China fabricaron un tren de levitación magnética de alta velocidad llamado Maglev Transrapid, apodado El Tren Bala Chino. Su recorrido es de 30 kms a razón de más de 430 km/h en unos 8 minutos. Nadie creía que eso sería posible.

Como si fuera poco, los expertos comenzaron a pensar que aún así perdía mucho tiempo parando en cada estación para recoger y dejar pasajeros. Pensaban que lo ideal sería que nadie bajara ni subiera hasta el final. Pero la realidad era que muchos tenían que bajar y subir a cada rato. ¿Habría alguna forma de recoger y dejar pasajeros sin detenerse en las estaciones?

Si eres de los que reaccionan emocionalmente diciendo: "No se puede", pregúntate si realmente estás respondiendo de manera inteligente.

Los chinos no reaccionan con un: "No se puede", sino con un: "Pensemos en la manera", y proponen ideas que apuntan a una solución, en vez de simplemente ponerse zapatos de plomo y comenzar a criticar vociferando miedos y prejuicios.

En otras palabras, usan su inteligencia para ver las probabilidades, no para asustarse imaginando monstruos y fantasmas al otro lado del mar.

Algo así fue lo que retrasó a Colón. Los sabios y peritos pospusieron durante unos 14 años el descubrimiento de América sugiriendo que navegar hacia el oeste era una empresa costosa, infructuosa e imposible.

La primera vez que Colón propuso su plan, en 1478, los sabios llegaron a la misma conclusión: "No se puede", y los demás reyes de Europa, igualmente asesorados por sus peritos, dijeron lo mismo: "No se puede". Uno por uno fueron rechazándolo: Génova, Portugal, España, Francia e Inglaterra.

Cuando en 1492 Colón regresó cargado de pruebas procedentes del otro lado del mar, los sabios ahora exclamaron: "¡Fue fácil! ¡Cualquiera hubiera podido! ¡A cualquiera se le hubiera ocurrido!", restándole todo el mérito.

Volviendo a los chinos. Efectivamente, lograron idear la manera de subir y bajar pasajeros en todas las estaciones intermedias sin detener el tren. ¿Se te ocurre cómo? ¿Arrojándolos por la ventana? ¿Saltando al techo al pasar? Piénsalo un rato y luego, si no se te ocurre nada, averígualo en YouTube.

Basta que alguien nos hable de un cambio, para generar un pequeño cortocircuito en nuestra mente. Y si hacemos un escándalo emocional diciendo que es imposible, sobre todo si, como los sabios del tiempo de Colón, somos famosos y damos rienda suelta a nuestros temores y teorías no demostradas, tal vez desatemos una crisis de grandes proporciones.

¿Por qué pensar que no se puede? ¿Porque nunca se nos hubiera ocurrido, porque muchos no darán su brazo a torcer, porque nunca lo habíamos considerado con nadie, porque no armoniza con nuestros pensamientos, porque escapa al paradigma, porque no hay arquetipos en nuestra mente relacionados con el asunto, porque no nos simpatiza el que lo propone, porque no nos gusta su manera de decirlo, porque no nos parece un proyecto viable, porque suena ridículo, porque todos se oponen, porque nuestros amigos lo dicen, porque nos da miedo o simplemente porque no sabemos por qué?

Bien lo dijo un experto en deportes al observar por qué los chinos lograban hazañas tan grandes en las olimpíadas: "Porque comienzan a ejercitarse más temprano en la vida". No tienen la mentalidad de "no se puede".

Por eso, mantente alerta a los cambios y no reacciones emocionalmente abriendo los ojos de par en par solo para expresar tus temores diciendo: "¡No se puede!".

Nunca olvides que todo cambio genera una crisis, y que lejos de oponerte con todas tus fuerzas, te conviene detenerte a pensar si realmente deberías oponerte, discutir o gastar energía sosteniendo lo contrario.

Si los chinos no perdieron tiempo e idearon la inteligente y asombrosa hazaña de dejar y recoger pasajeros de un tren de alta velocidad sin necesidad de detenerlo en las estaciones intermedias, ¿de qué provecho sería que alguien perdiera el tiempo haciendo un escándalo y consumiendo su energía para convencernos de que no sería posible?

ARRIBA