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¿Qué hubieras hecho tú si alguien en un puesto de prestigio te hubiera menospreciado vez tras vez? Eso fue lo que le sucedió a un joven dibujante por el que ningún editor quiso dar medio centavo por sus caricaturas. Uno de ellos hasta le dijo: "Hijo, mejor dedícate a otra cosa".
Buscando trabajo, una iglesia lo contrató como pintor de carteles. Le dieron un viejo y sucio garaje que tendría que limpiar y acondicionar por sí mismo. Lo limpió lo mejor que pudo y lo convirtió en lo que él denominó 'mi primer taller de pintura'. Tanto le gustó que hasta solicitó usarlo como vivienda. Su deseo fue concedido.
Aunque había limpiado el lugar profundamente, nunca pudo desalojar a los ratones, que corrían de vez en cuando por aquí y por allá. Se podía decir que se trataba de ratoncitos muy perseverantes. Por eso, en vez de hacerse enemigo de ellos, comenzó a pintarlos, hasta que, un día, bautizó a uno de ellos con un nombre que hizo famoso. A partir de entonces, nadie pudo detenerlo. De dibujante despreciado por los editores de periódicos y revistas, se convirtió con el transcurso de los años en el fundador de un emporio del entretenimiento. Hoy, grandes y chicos quedan fascinados con sus producciones. Hasta existe un canal de televisión que brinda a todo el mundo el entretenimiento que en un tiempo unos editores escasos de visión casi ahogan bajo la presión del menosprecio.
¿Qué aprendemos de todo esto? Que aquel joven dibujante a quien se desilusionó diciéndole: "Hijo, mejor dedícate a otra cosa", se convirtió con el tiempo en fundador de un imperio del entretenimiento, porque en vez de hundirse en el desaliento, reforzó su motivación haciéndose amigo de unos simples ratones.
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