Un niño repudiado y exitoso

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Había una familia numerosa al este de Nigeria, en África. El hombre de la casa era un jefe de tribu con siete esposas y treinta hijos. Nuestro personaje había nacido como uno de los más pequeños. De hecho, era el penúltimo.

Cuando tenía solo diez años de edad, unas personas visitaron su casa y ofrecieron a su padre unas bonitas publicaciones que este rechazó, aunque preguntó al chico si las quería. Él aceptó. Con el tiempo, aunque su comportamiento general mejoró, poco a poco dejó de seguir muchas de las tradiciones que le habían impuesto desde niño, porque ahora le parecían incorrectas.

Un día el padre, jefe de aquella tribu, enfermó y murió, y a los ocho días del entierro, el mayor de los hijos, siguiendo la tradición, tomó el control de la tribu y convocó a una reunión familiar a la que asistieron unas veinte personas. Aunque todos creían que hablaría de los gastos del funeral, en realidad su propósito fue discutir acerca de un asunto que envolvía al penúltimo de sus hermanos.

Delante de todos lo menospreció diciendo que su manera de ser mostraba poco respeto por las tradiciones y costumbres de la familia, y le dio a escoger: O se readaptaba y vivía como todos, lo cual implicaba la observancia cuidadosa de todos los mitos y rituales familiares que había rechazado, o se iba a vivir a otra parte.

Como su madre había fallecido, una de sus madrastras se enterneció y abogó por él, porque aquello significaría perder su derecho legítimo a la parte que le correspondía de la herencia familiar. Lamentablemente, su opinión fue irrelevante para el nuevo jefe así como para el resto de la tribu. Por eso, a ella también la conminaron a tomar una decisión: "O estás con él o con nosotros".

Viéndose forzada a poner en primer lugar la tradición familiar, se sometió al nuevo jefe aunque aquello claramente significó apoyar una injusticia. El niño pidió tiempo para pensarlo y le dieron de plazo hasta la noche siguiente. ¡A sus 12 años de edad, el mundo se le vino encima!

Entró a su habitación y lloró desconsoladamente. Se sentía débil, rechazado y muy atemorizado. ¿Qué le sucedería ahora? Estaba literalmente solo y sin apoyo de su propia familia, de las personas a quienes tanto había amado durante toda su vida. Suplicó a su Creador que lo amparara y lo ayudara a tomar la decisión correcta. Llegó la noche siguiente y todos volvieron a reunirse para oír su decisión, suponiendo que, como sucedería con cualquiera, la presión social lo quebraría y terminaría cediendo al imperio de la tradición familiar y los ritos tribales.

Pero él ahora explicó con lógica, respeto y firmeza que su padre, anterior jefe de la tribu, el hombre que le había dado la vida, fue quien le había permitido conservar aquellas publicaciones que le enseñaron a vivir rectamente y a librarse de la esclavitud emocional a las tradiciones; y les dijo que ahora se preguntaba por qué, si en vida a su padre le había parecido correcto lo que había aprendido, su hermano mayor se pusiera en su contra. Y para asombro de todos, declaró que mantendría su posición y se aferraría a lo que había aprendido aunque a los demás les pareciera mal. ¡Qué agallas! En realidad, a pesar de su corta edad, había desarrollado alas suficientemente grandes como para volar sobre la tradición de sus ancestros. No estaba dispuesto a permitir que una tradición que ahora consideraba que no tenía sentido guiara su vida.

Todos se cuartearon en sus asientos, se les desencajó el rostro, fruncieron el ceño y suspiraron al unísono mirándose unos a otros, desconcertados. Uno de ellos saltó de su asiento y le alzó la voz: "¡¡Qué te has creído, mocoso, para hablarnos de esa manera!!". Acto seguido, su hermano mayor irrumpió en su habitación, agarró su ropa, sus libros y una pequeña maleta de cartón y arrojó todo violentamente al patio.

El niño juntó sus cosas y se retiró de la sala. Se fue a buscar a un condiscípulo, a quien suplicó que lo alojara hasta que resolviera qué hacer, y le permitieron vivir con él durante unos cinco meses. En el ínterin había escrito a un tío que vivía en Lagos, y este lo invitó a mudarse con él. Consiguió un poco de dinero vendiendo semillas de palmera para costearse el viaje, y con eso y un poco más que su madrastra le dio cuando lo lanzaron del hogar, partió con rumbo a Lagos. Gran parte del trayecto lo hizo en la tolva de un camión de arena.

Cuando llegó a Lagos, su tío apreció y alabó su buena educación y manera de ser. En realidad, aunque era bastante joven, irradiaba cultura y respeto. El tío se preguntaba por qué habían rechazado a un joven tan bueno. Pero para su desgracia, vino de visita su hermano mayor y contó a todos que su familia lo había expulsado por rebelde, lo amenazó duramente y se retiró.

Después de una semana, su tío lo despertó a medianoche y le entregó un documento y un bolígrafo y le pidió que lo firmara. Él le pidió esperar a la mañana siguiente para poder leerlo detenidamente, pero el tío le prohibió tajantemente llamarlo 'tío' y lo conminó a firmarlo en el acto. Evidentemente, como intuyó que aquello implicaba una injusticia, le dijo con firmeza: "Tío, hasta los criminales tienen derecho de saber cuáles son los cargos que se le imputan". Y el hombre dejó de insistir. Pero ¿qué decía aquel papel?

Cuando lo leyó, le dio risa y le dijo a su tío que de ninguna manera firmaría aquello aunque él lo considerara irrespetuoso. El tío montó en cólera y le ordenó que se fuera de casa inmediatamente. Por eso, sin decir más, el niño tomó sus cosas y se retiró. Diríamos que felizmente ya estaba acumulando experiencia en ser arrojado de casa.

Pero ¿a dónde se iría ahora? Se echó a dormir allí mismo, en el pasillo, en la parte exterior del departamento. ¿A dónde podría ir un niño de solo 12 años de edad y con menos de 15 días en la gran ciudad? Pero no pudo dormir ni un minuto. El tío le pidió que abandonara el lugar de inmediato.

El alba despuntaba y no le quedó más remedio que deambular por las calles, rogando a su Creador que lo ayudara. Cuando terminó el día, llegó a una estación de combustible y se armó de valor para pedirle al dueño que, por favor, le guardara su maleta hasta el día siguiente, por temor a que alguien se la robara durante la noche. Movido por la curiosidad, el hombre le preguntó si tenía un lugar donde quedarse, y el chico le contó su drama.

Aquel hombre no solo le ofreció trabajo, sino pagarle los estudios, con la condición de que lo ayudara con las tareas de la casa. Mmmm, muy tentador, pero quería que trabajara desde el amanecer hasta altas horas de la noche con solo un domingo al mes para descansar (misma esclavitud). Además, los otros criados del hombre, que eran xenófobos, imaginaban que, siendo un extraño, tal vez se había confabulado con unos ladrones para robar la casa. Todo considerado, rehusó la oferta. Pero le suplicó que le guardara la maleta por un tiempo.

Durmió fuera tres noches, y como carecía de dinero para comprar alimento, pasó todo ese tiempo sin comer. Al cuarto día, preguntó a cierta persona: "¿Conoce usted al señor Ideh?", y le contó todo lo que había pasado. La persona conocía a Ideh, un antiguo amigo suyo, y se conmovió con el relato y lo acompañó personalmente a recoger su maleta y lo llevó a su casa, le dio de comer y mandó a buscar a Ideh, que vivía cerca.

Cuando Ideh llegó, quedó pasmado al escuchar todo lo que le había ocurrido ¡y ahora ambos hombres, conmovidos, querían darle cobijo! Y concordaron en que pasaría una temporada con cada uno. Al poco tiempo consiguió un trabajo de mensajero, y recibió su primer pago. Cuando quiso pagar por su comida y alojamiento, ambos hombres rieron y le dijeron que lo olvidara. No le cobrarían por ello. Así podría ahorrar.

Pronto se inscribió en unas clases nocturnas particulares, y pasaron los años y concluyó su educación básica. Poco a poco su situación económica fue mejorando, obtuvo un trabajo de secretario, consiguió una vivienda y, a medida que crecía, el tronco de su madurez comenzó a notarse de lejos.

Aunque Ideh y aquel otro amigo lo habían ayudado cuando estuvo sin dinero, dio gracias a su Creador por ayudarlo espiritualmente. Y reconoció con humildad que todo el amor y la atención que aquellas personas le prodigaron había sido Su respuesta.

Es oportuno mencionar que al poco tiempo de que su familia lo desterrara del hogar, estalló una guerra civil y toda su aldea natal fue destruida. Muchos de sus parientes y amigos fueron asesinados, entre ellos, la madrastra que lo había ayudado. De la noche a la mañana, la economía de la región quedó devastada.

Cuando terminó la guerra, el niño, ahora convertido en un hombre hecho y derecho, regresó a la aldea para visitar a uno de sus hermanos que había sobrevivido, el cual había participado en su expulsión del hogar, y se enteró de que la esposa de este y dos de sus hijas estaban en el hospital. Le preguntó cómo podía ayudarlo, y su hermano lo miró pasmado, comenzó a llorar y dijo que se había quedado sin dinero y que sus hijitos estaban sufriendo mucho. Entonces, le dio el dinero que necesitaba, le ofreció un empleo seguro en Lagos y los invitó a vivir con él.

Dejé a propósito una pregunta en el aire: ¿Qué fue aquello que tanto irritó a su hermano mayor, que resultó en que lo expulsaran de su casa cuando solo tenía doce años de edad? Su crimen había sido convertirse en cristiano debido a la lectura de la Biblia.

En 1991 Udom Udoh contrajo matrimonio con Sara Ukpong y ambos dieron comienzo a una familia que, definitivamente, llegó a ser muy diferente.

Por eso, a pesar de que a veces la vida se te ponga cuadrada, ya sea porque tus ideas sean diferentes a las de tu familia u otra razón, recuerda que si Udom Udoh hubiera abandonado sus creencias por temor a la familia y hubiese permanecido más tiempo en aquella aldea, tal vez hubiera muerto en aquella guerra y nunca hubiese conocido la libertad y la felicidad de tener su propio hogar. En realidad, lo que aprendió de la Biblia y su confianza firme en el Creador le sirvió de apoyo en los momentos más difíciles de su vida. Por eso la adversidad nunca lo amedrentó.

Aunque solo contaba con doce años de edad y era el penúltimo de 30 hermanos, siendo repudiado por toda su casa y desheredado por no seguir la tradición familiar, mantuvo su integridad y llegó a hacerse de una reputación, una carrera y una vida de familia feliz gracias a los excelentes principios que había aprendido de niño.

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