¿Confías en tu paracaídas? ¿Tú lo armaste? ¿Sabes lo que harías en caso de surgir una complicación o suceso imprevisto? ¿Tienes fe en que llegarás abajo sano y salvo? Supongo que sabes que, de vez en cuando, se oye la noticia acerca de cierto experimentado paracaidista que no la contó.
A veces se oye decir a ciertas personas entusiastas: "Ten fe en ti mismo", "ten fe en la gente", "ten fe en las instituciones", "ten fe en lo que desees y se te cumplirá", o "no se te cumplió porque no tuviste suficiente fe", como si "fe" fuese sinónimo de confianza, convicción, creencia, seguridad o autosugestión. Por eso algunos se han preguntado si en todos los casos conviene decir "fe" en lugar de confianza.
Para discernir la respuesta, comencemos por ver su uso popular y cotidiano. Los siguientes son algunos de los significados que ofrecen algunos diccionarios para la palabra "fe":
- Conocimiento sobrenatural con que sin ver creemos en algo.
- Seguridad, aseveración o profunda convicción de que cierto asunto es cierto.
- Creencia que se sustenta en la autoridad de quien la propone.
- Fuerza de convicción.
- Confianza, buen concepto que se tiene de una persona o cosa.
- Testimonio que extiende un escribano en las causas criminales.
- Autoridad legítima atribuida a los notarios, escribanos, cónsules y otros oficiales.
- Promesa hecha con cierta solemnidad o publicidad.
- Lealtad que alguien se merece.
- Documento que certifica la verdad de una cosa.
- Lista de enmiendas de los errores en un libro.
- Certificado negativo de defunción y afirmativo de presencia.
- Acto de presencia o noticia auténtica del que permanece alejado.
- Acto llevado a cabo con mala intención.
- La primera de las tres virtudes teologales, según la religión católica.
Todas esas definiciones suelen parecer correctas o hasta exactas a los ojos de cualquiera que siempre usó el término como un sinónimo de confianza. Incluso hay quienes dicen que se necesita igual fuerza de fe para creer en algo como para no creer en ese algo.
- Confianza, buen concepto que se tiene de una persona o cosa.
- Testimonio que extiende un escribano en las causas criminales.
- Autoridad legítima atribuida a los notarios, escribanos, cónsules y otros oficiales.
- Promesa hecha con cierta solemnidad o publicidad.
- Lealtad que alguien se merece.
- Documento que certifica la verdad de una cosa.
- Lista de enmiendas de los errores en un libro.
- Certificado negativo de defunción y afirmativo de presencia.
- Acto de presencia o noticia auténtica del que permanece alejado.
- Acto llevado a cabo con mala intención.
- La primera de las tres virtudes teologales, según la religión católica.
Todas esas definiciones suelen parecer correctas o hasta exactas a los ojos de cualquiera que siempre usó el término como un sinónimo de confianza. Incluso hay quienes dicen que se necesita igual fuerza de fe para creer en algo como para no creer en ese algo.
No obstante, como veremos a continuación, la fe no es solo confianza, sino mucho más que confianza o que una suposición, creencia o garantía.
Es más que confiar en personas y documentos
Por un lado, en la mayoría de los casos mencionados al inicio, sugiero usar la palabra confianza en vez de fe, porque tales definiciones realmente se basan casi enteramente en una expresión de confianza. Se confía en la palabra de una persona, ya sea porque se sabe que dice la verdad o por la fuerza de su imagen.
Por otro, la fe, en el pleno sentido de su significado más profundo, es más que la confianza que puede depositarse en un individuo o documento, ya sea porque nos haya convencido con razones o porque se haya ganado la reputación de estar en lo cierto la mayoría de las veces. La fe trasciende la confianza porque se basa en la evidencia o garantía de algo que todavía está por verse.
Para entender el punto, un ejemplo de confianza sería la que un hijo tiene en su padre a pesar de haber sido instruido con base en una tradición o leyenda. Se lo ha condicionado a aceptar todo lo que este dice. Así se transmiten, de generación en generación, hasta las costumbres religiosas más extrañas que podríamos imaginar. Ripley's Believe or Not ha documentado muchas en sus famosos artículos de la serie "Aunque usted no lo crea". Por ejemplo, cierta pareja de feligreses de un culto radical fueron condenados por las autoridades por haber asesinado a su hija. Dijeron que su "fe" les indicó que ese era su merecido castigo por haberse negado a casarse con el novio que ellos escogieron para ella.
Otro ejemplo de confianza ocurre cuando alguien adelanta dinero para comprar un departamento con tan solo ver los planos. La promesa de que quedará bien le basta para suponer que finalmente resultará de su agrado. Pero ¿realmente será de su agrado? ¿Cumplirán con utilizar materiales de primera? ¿Qué sentirá cuando la promesa de disfrutar de "vista al mar" se disipe ante la construcción de un nuevo edificio frente al suyo?
Otro ejemplo de confianza sería la de un discípulo en su maestro después de haber acogido sus teorías. El caso de Charles Darwin y su teoría de la evolución es aleccionador. Muchos han seguido creyendo en su teoría a pesar de que todavía no encuentran el llamado 'eslabón perdido', es decir, la conexión genética directa entre el hombre y el mono. Sigue siendo una teoría no comprobada.
Otro ejemplo es la confianza que algunos líderes despiertan en sus seguidores, aun al punto de movilizar grandes masas en pos de grandes ideales que, en la mayoría de los casos, terminan en desilusión y costosos enfrentamientos. No es un secreto que muchos hacen promesas que después no cumplen.
Otro ejemplo es la confianza de un paciente en su médico después que este ha restablecido su salud en diferentes ocasiones. "Es muy acertado", puede que diga, aunque otros opinen diferente por haber salido perjudicados.
Es interesante mencionar que la expresión “ejercer fe” proviene del griego pi-stéu-o y puede comunicar uno de dos significados. El experto en gramática griega James Moulton indica en una de sus obras que los primeros cristianos reconocían claramente dos connotaciones para pi-stéu-o, diciendo que para ellos “lo importante [era] distinguir entre una mera creencia [...] y el ejercicio personal de confianza”. En otras palabras, la diferencia se determinaba por el contexto, es decir, por todo el mensaje en conjunto. De esta manera, la construcción gramatical les ayudaba a entender lo que tenía presente el autor. Si era seguida solo por un nombre en el caso dativo, se entendía siempre como ‘creer’, pero si iba seguida de e-pí, (“en”), se entendería como ‘creer en’. Por eso, si le seguía eis, (“a”), por lo general se entendía ‘ejercer fe en’. Es así como la expresión pi-stéu-o quedó emparentada con la palabra griega pí-stis, que significa “fe”.
El experto en gramática griega, Paul Kaufman, afirma que “otra construcción que es común en el Nuevo Testamento (especialmente en el Evangelio Según Juan) es πιστεύω [pi-stéu-o] con εiς [eis] y el caso acusativo [...] Más bien que tratar de traducir la preposición εiς como palabra aislada, debe traducirse toda la construcción de εiς más el acusativo. Se piensa en la fe como una actividad, como algo que los hombres hacen, es decir, colocar en alguien la fe”.
De esta manera, los expertos nos ayudan a entender el hecho de que no es siempre lo mismo tener una creencia [o tener o sentir confianza], que poner confianza o tener fe ["depositar nuestra confianza absoluta en"] en alguien,. Porque una cosa es lo que uno siente en su interior respecto de sí mismo y sus ideas, y otra, lo que puede sentir respecto de otra persona. Aunque yo tuviera una gran confianza en mí mismo, no estaría en capacidad de prometer que mañana de ninguna manera nos sacudirá un terremoto ¿verdad? Porque no tengo ni la sabiduría ni el poder para predecir ni controlar los ajustes de las placas tectónicas de la Tierra, ¿no es cierto? Generalmente ni siquiera puedo prometer más que esforzarme por hacer todo lo que esté a mi alcance respecto de cualquier asunto, lo que esté en mis posibilidades, según el límite de mis conocimientos y experiencia, dentro de las fronteras de mi poder y sabiduría.
En cambio, Dios sí está en capacidad de hacer valer su amor, poder, justicia y sabiduría cuando lo considera apropiado, según su insondable propósito y poder. Entendemos que no pueda hacer todo lo que nuestros caprichos fuesen capaces de imaginar, pero puede efectuar todo aquello que está implicado en Su propio propósito eterno. De hecho, el universo y lo que lo llena es un reflejo de su poder infinito. Él ha diseñado y establecido las leyes naturales que lo sostienen y NUNCA fallan.
Por eso podemos poner fe en Él y estar seguros de que, por ejemplo, según las leyes que Él ha establecido, la Luna aparecerá en el firmamento exactamente en las mismas coordenadas a la hora exacta dentro de un mes, todos los meses, todos los años, todos los siglos, lo cual en parte permite a los pescadores, navegantes y astronautas establecer planes concretos para organizar sus actividades relacionadas con la pesca, la navegación y la investigación espacial.
Por esas mismas leyes confiamos en que mañana será el siguiente día del calendario, y hacemos planes no solo para mañana, sino para la semana siguiente o el mes siguiente o el año siguiente. Porque SABEMOS que no fallará.
¿Podríamos poner fe, es decir, confiar a ese grado en las promesas de un ser humano que, aunque ni siquiera puede predecir lo que sucederá mañana, nos dice lo que sucederá dentro de veinte mil millones de años? No. Solo podemos confiar en que hará su mejor esfuerzo. Admitimos que puede fallar. Confiamos en él, pero no ponemos fe en él, porque no es lo mismo. Si pusiéramos fe en él, no solo demostraríamos que no entendemos la diferencia entre fe y confianza, sino que podríamos experimentar una gran desilusión.
Por eso, ya se trate de fe o de confianza, una de las mejores maneras de comprobar si tiene fuerza, poder o eficacia, es observando los efectos, frutos o resultados que ha producido, es decir, en cuanto a si armonizan o no con la doctrina, promesa o proyecto preconizados. Eso nos lleva a la siguiente reflexión.
¿Por qué la verdadera fe NUNCA falla?
Le fe es única y tiene un distintivo semejante a una huella digital. Su verdadero sentido va más allá de la simple confianza que pueden inspirar individuos, entidades humanas o documentos. La fe se basa en una evidencia o garantía de algo que está en el futuro o aún falta manifestarse, o en algo que ha ocurrido en el pasado o ya se ha cumplido.
Por ejemplo, si supusiéramos que hoy fuera domingo, mañana sería lunes. Pensemos en mañana, es decir, en el día siguiente, el lunes, y preguntémonos: "¿Qué día será mañana?". Si escribimos la palabra lunes en una hoja de papel y, luego, mirándola, meditamos profundamente: "¿Existe el lunes?", la respuesta sería no, el lunes solo está en nuestra imaginación, en el futuro. Hoy es domingo. El lunes es irreal. Aunque hoy es domingo, aceptamos, más allá de cualquier duda, que mañana será lunes.
La pregunta clave es: "¿Cuán seguros estamos de que mañana será lunes?". La respuesta se relaciona con algo que trasciende la confianza. Es una seguridad que va más allá de la confianza y hasta nos impulsa a la acción.
Por ejemplo, no solo significa que el día siguiente, el lunes, lo consideramos una realidad aunque todavía sea irreal, sino que hacemos planes para el lunes y tal vez hasta planeemos una agenda. Porque de ninguna manera admitimos la probabilidad de que, siendo domingo, el día siguiente será jueves o viernes. Tenemos muchos años comprobando que el lunes siempre sigue al domingo.
Por eso decimos que se trata de algo más que confianza. ¡Tenemos una garantía de que mañana será lunes, no martes, aunque por ahora el lunes solo esté en nuestra mente! ¡Tenemos fe verdadera en que mañana será lunes! ¡Eso es verdadera fe! Una evidencia de algo irreal o invisible, imperceptible a los sentidos o a las emociones, pero perceptible al entendimiento.
Es cierto que la mente humana atrae instintivamente las influencias que armonizan con el modelo de frases o pensamiento que aprendemos y abrigamos, y con el hecho de que mediante la repetición constante podemos traducir en realidad cierto plan o propósito que nos hayamos trazado.
Por ejemplo, si uno se propone estudiar en la universidad y dedica todos sus esfuerzos y recursos a su meta, sin duda aumentará sus probabilidades de lograrlo. Pero sería ingenuo creer que la fe sea una especie de herramienta que podamos utilizar para forzar al universo o a Dios de modo que haga lo que queremos cuando queremos, como, por ejemplo, no dedicarle ningún esfuerzo ni interés al estudio y esperar que rezando intensamente alcancemos la meta.
En otras palabras, no existe manera de que, por más fe que pretendamos tener, mañana sea sábado si mañana será lunes,ni de que nos broten alas para remontarnos por el aire como pájaros si saltamos del último piso de un edificio. Tampoco hay manera de evadir las consecuencias de nuestras decisiones, sean buenas o malas. Tarde o temprano, de alguna manera nos alcanzarán sus efectos, ramificaciones, secuelas o emanaciones.
Si alguien cree que la fe resulta de pujar con el pensamiento para que se cumpla cualquier capricho (como llegar temprano al trabajo si salió tarde de casa, o que no se enferme si hace cosas que causan daño), tarde o temprano se desilusionará, porque al margen de lo que le hayan enseñado, la fe no es sinónimo de autosugestión, convicción ni creencia, sino una seguridad plena, semejante a garantía, sustentada en información confiable y experiencia, que nos confirma que algo sucederá indefectiblemente.
Con esto como base es que, por ejemplo, los científicos pueden lanzar una sonda al espacio y esperar que después de 25 años llegue al final del sistema solar, es decir, adonde no llega una gran influencia del Sol, y enfrentarse a tormentas magnéticas insospechadas.
Aunque muchos científicos no quieran reconocerlo, para hacer muchas de sus predicciones se valen de alguna manera de su fe en las leyes naturales conocidas. Porque en realidad no podrían descubrir ni comprobar nada si no tuvieran fe en dichas leyes físicas y químicas. Rigen el universo y sirven de garantía para sus conclusiones, las cuales utilizan para sus apreciaciones y evaluaciones. La fe es un aval basado en leyes y evidencias sólidas. No se trata de una simple creencia o autosugestión.
Por eso se puede afirmar sin lugar a dudas que la característica principal de la fe a la que nos referimos es que en ningún caso admite error o fracaso. Nosotros podemos fallar o equivocarnos al realizar ciertos cálculos basados en nuestros limitados conocimientos y experiencias humanos, como cuando fracasan ciertos viajes espaciales, pero las normas del universo son inmutables, son constantes y no fallan, permanecen inalterables.
Las estudiamos y aprendemos a adaptarnos a ellas (como la ley de gravedad, la termodinámica o las fuerzas nucleares). Sería más que un exabrupto afirmar que forzando el pensamiento podremos torcerlas para que obren a nuestro favor, a capricho ("Puedo hacer cosas malas y no me pasará nada, porque tengo fe en que todo me saldrá bien"). No confundamos fe con autosugestión, creencia o convicción, porque no son lo mismo.
Otro ejemplo es el de un médico que efectúa una cirugía. Aunque tomara radiografías o tomografías para tener una idea del problema, sabe que podrá intervenir al paciente con fe en que los diferentes órganos de su cuerpo están en una ubicación definida. Tal vez se demore un poco en encontrar un apéndice retrocecal enquistado entre los intestinos, pero sabe que está por ahí cerca. Sabe que el corazón de un ser humano normal queda a la altura del esternón, y sabe cómo reaccionaría el organismo ante los diferentes compuestos químicos que administrará al paciente.
Un médico puede formarse una idea de cuánto tiempo de vida le queda a un moribundo, porque conoce los plazos del deterioro gradual del organismo; o un forense puede hacer una autopsia y calcular la hora aproximada de una muerte. Aunque puede equivocarse en sus interpretaciones o apreciaciones, el punto de partida de sus teorías es su fe en los sistemas fisiológicos y en las diferentes leyes biológicas que estudió en la universidad.
Otro ejemplo es el de un arquitecto que diseña un edificio de 50 pisos. Su fe en las matemáticas es absoluta. Sabe que sus cálculos se basan en leyes físicas y químicas confiables, es decir, que nunca fallan. Puede calcular el grado de resistencia y flexibilidad de las columnas en caso de sismo, y ordenar la cantidad y calidad de los materiales que deben usarse para soportar la cantidad de toneladas por centímetro cuadrado exigida por las normas de seguridad. Entonces puede garantizar, hasta cierto punto, que la construcción soportará determinada intensidad telúrica o determinada temperatura. De hecho, por esa misma fe las municipalidades y ayuntamientos evalúan periódicamente las edificaciones de las ciudades reclasificándolas de acuerdo al paso de los años.
Por supuesto, por esa misma fe en las matemáticas, en la ley de promedios y en el cálculo de probabilidades, el arquitecto también puede tener fe en que ciertos factores externos podrían romper o deshacer las estructuras si algo las llevara más allá de los márgenes de seguridad calculados. Recordemos el famoso transatlántico Titanic. El impresionante barco fue especialmente diseñado para sobrevivir a una embestida feroz, pero fue expuesto a una situación que evidentemente rebasó sus márgenes de seguridad. Por eso, después del impacto, el capitán realizó sus cálculos y tuvo fe en que se hundiría en unas dos horas, y así ocurrió. Las matemáticas son exactas. Podemos poner fe en ellas (teoría de la relatividad incluida). El hombre puede equivocarse, las matemáticas no.
Por eso la fe verdadera de ninguna manera ha de confundirse con la simple confianza o en alguna creencia o convicción basada en opiniones personales, emociones, suposiciones, supersticiones, teorías sin comprobar, costumbres locales o tradiciones. La característica que distingue a la fe es que jamás falla porque se basa en evidencias contundentes que nos permiten saber de antemano lo que va a suceder, o ver con los ojos del entendimiento lo que no puede verse a simple vista. Todavía no ha sucedido, pero podemos darlo por hecho, porque de hecho se realizará. No hay pierde. Eso es fe.
La revolucionaria nanotecnología se basa en cálculos realizados por computadora a una escala inimaginablemente pequeña (un nanómetro es una millonésima de milimetro). Los inventos o productos producidos con dicha tecnología existen porque han sido creados mediante la fe que los científicos tienen en las matemáticas. Solo hay que enterarse del sistema de unidades de tiempo para ver cuánto ha adelantado la ciencia.
Los que no somos científicos tal vez no entendamos dichos procesos, sistemas y leyes, pero creemos porque confiamos en la palabra de los científicos o experimentamos por nosotros mismos los efectos del producto terminado.
Por ejemplo, si un médico ha operado con éxito a miles de pacientes, ¿no tendrá fe en que la siguiente operación tendrá un alto porcentaje de éxito? Un arquitecto que ha construido muchos edificios que han soportado el paso del tiempo, ¿no tendrá fe en que el siguiente edificio que diseñe tendrá un enorme margen de estabilidad?
Por la misma lógica podemos decir que la fe puede ser fuerte o débil, verdadera o falsa. Por ejemplo, aunque un médico o arquitecto recién graduado tenga una gran fe en sus conocimientos, lógicamente pudiera tener menos fe que uno experimentado. Lo que nos lleva a otra conclusión interesante: Ejercitar la fe incrementa o fortalece la misma.
¿Se puede ejercitar la fe?
Sí, podemos ejercitar la fe estudiando diligentemente, profundizando el conocimiento, observando cuidadosamente, experimentando con un propósito específico y comprobando los efectos de las leyes naturales, los diseños de la naturaleza y cómo estos interactúan el ecosistema universal.
La Tabla de Mendeléyev se diseñó sobre la base de la fe en que los elementos aún no descubiertos necesariamente llenarían un vacío lógico en dicha tabla, y así ocurrió. Los nuevos elementos descubiertos encajaron perfectamente.
No ejercitamos la fe aplicando incorrectamente los términos "confianza", "destino", "suerte" ni "garantía", jugando a la lotería o poniendo en riesgo nuestra vida innecesariamente.
Algo similar sucede con las ventas. Un vendedor experimentado tiene más seguridad que uno novato, porque la experiencia le permite formarse una idea más clara del impacto que sus presentaciones tendrán en sus prospectos, porque ha repetido el proceso muchas veces, de modo que sale y vende con eficacia, y aunque sabe que siempre hay cabida para una medida de frustración, la mantiene al mínimo tal como haría un médico o un arquitecto, porque aplica las técnicas o métodos para vender eficazmente. Puede confiar en que aplicando las técnicas apropiadas favorecerá el cierre de la venta, pero no puede tener fe en que realizará la venta. Si lo hace y no vende, podría malinterpretar el significado de la fe.
Por tanto, la fe no se apoya en cimientos débiles y frágiles, sino en cimientos sólidos, en aquello que no fallará ni fracasará.
Ni la mera emoción, ni el entusiasmo ni mucho menos una suposición o capricho son fundamentos confiables para la fe. Hubo una millonada de votantes desilusionados al cabo de las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016. Tenían fe en que Hillary Clinton sería presidente. Pero los resultados favorecieron a su oponente. Eso no fue fe. Porque la fe nunca falla.
Un simple presentimiento, por fuerte que sea, sigue siendo un presentimiento. No es base sólida para la confianza o seguridad que caracteriza la fe.
Cuando Hillary Clinton quedó en segundo lugar, muchos de sus seguidores lloraron de desconsuelo y desconcierto. Quedaron desmoralizados y destrozados, especialmente los más religiosos. No podían creer que su fe les hubiera fallado. Estaban tan seguros de que ella sería la presidenta que no podían entender. Sintieron como si les faltaran piezas a su rompecabezas. Aunque pasaron los días, no podían recuperarse. Muchos se fueron al extremo de realizar manifestaciones públicas arrojando piedras, quemando propiedad ajena y hasta matando e hiriendo a policías para expresar su disconformidad.
Es cierto que un orador que domina las técnicas de oratoria puede tener más confianza en que sus discursos darán en el clavo Pero nunca se lanza al ruedo con el entusiasmo como único recurso. El entusiasmo es vital, pero no lo es todo. ¡¡Tiene que prepararse adecuadamente!!
¿Es la fe algo sobrenatural?
La fe de ninguna manera es sobrenatural. La fe es un resultado natural de 'saber a ciencia cierta' que algo no puede fallar.
Uno puede saber lo que va a suceder si tiene como base un entendimiento preciso respecto a quién o qué lo hará posible. Por ejemplo, contribuyen a dicha noción las experiencias pasadas que demuestran claramente que lo mismo puede ocurrir en el futuro. Es un resultado garantizado, aunque todavía se tenga que esperar un tiempo para verlo realizado.
La uniformidad del universo y todo lo que lo rodea es el resultado de leyes naturales que los científicos han descubierto y aprendido a explicar. Ellos no inventaron esas leyes. Las descubrieron. Las leyes ya estaban allí cuando apareció la humanidad.
Si un físico o químico del siglo XXI viajara al pasado lejano y mostrara sus conocimientos al mundo mediante la proyección de diapositivas de computadora y la realización de experimentos de física o química recreativa, tal vez lo considerarían un dios y lo revenciarían, o tal vez lo quemarían vivo suponiendo que es un enviado del mal.
Sabemos que los meteorólogos pueden adelantarse a la formación de un huracán a partir del comportamiento del fenómeno atmosférico. Aunque no pueden adelantarse mucho, lo poco que se adelantan es un resultado de su fe en el comportamiento de los elementos. También saben cuándo comienza y termina una estación y la clase de clima que habrá. El verano será caluroso, y el invierno frío.
De hecho, hasta simples agricultores sin nociones científicas pueden interpretar con fe la apariencia del cielo, en cuanto si habrá buen tiempo, o si será invernal o lluvioso.
Un buzo sabe lo que le podría suceder a su salud si ascendiera rápidamente a la superficie después de haber descendido a niveles que requieren un ascenso lento.
Un paracaidista puede predecir lo que le sucedería si su equipo fallara y no se abriera.
Un cocinero puede predecir la reacción de sus comensales si añadiera demasiada pimienta o sal a la comida.
Un paleontólogo podría afirmar con cierto grado de certeza lo que sucedió hace 6.000 años, y un astrónomo puede predecir lo que ocurriría si un enorme cometa fuese atraído por la fuerza de gravedad de la Tierra.
Eso nada tiene de sobrenatural. De hecho, todas las personas, incluidas las ateas, ejercen fe todos los días en el cumplimiento de lo que puede predecirse a partir del entendimiento exacto de ciertas cosas, ya sea porque alguien que domina el tema lo dijo o porque conocen ciertas leyes o reglas de medición.
Por ejemplo, si dos diferentes equipos de médicos coinciden en que a Fulano le quedan tres meses de vida, ¿podemos tener fe en que se recuperará? Depende. Tal vez exista un factor que pasaron por alto, o en el ínterin se descubra un nuevo tratamiento que desconocían. Si no, morirá tal como lo predijeron. En tal caso, no se podría hablar de fe, porque solo se trata de una estimación, de una suposición.
¿Es prudente poner fe en las personas?
Si bien es cierto que las matemáticas, el tiempo y las leyes físicas y químicas nunca fallan, las personas mismas que efectúan los cálculos pueden fallar.
El Titanic fue construido siguiendo leyes físicas infalibles, pero se hundió porque no pudo superar a la naturaleza. Superó largamente los márgenes de seguridad que los fabricantes tuvieron en cuenta y ocurrió lo imprevisto. A tal punto estaba mal dirigida su fe en que nunca se hundiría, que hicieron menos botes salvavidas de los que técnicamente se requerían en caso de hundimiento.
Si hubieran respetado las instrucciones y tenido en cuenta con más escrupulosidad los márgenes de seguridad, muchos más hubiesen llegado sanos y salvos a su destino y su fe hubiera funcionado. Ahora hay nuevas evidencias que apuntan a la debilidad de ciertos remaches que fueron fabricados de manera diferente del resto de remaches del barco. National Geographic y Discovery Channel han documentado las actualizaciones de las conclusiones científicas a las que los expertos llegaron respecto de este lamentable e histórico accidente naval.
Por eso decimos que la fe está sujeta al respeto por aquello que esta exige para su cumplimiento, ya sean reglas, principios u otros conocimientos. De hecho, diríamos que ni siquiera aquello que llamamos 'milagro' resulta de violar las leyes naturales, sino todo lo contrario. Un milagro no es otra cosa que la sinergia de leyes naturales existentes cuya comprensión está más allá de nuestro alcance.
¿Fe en un milagro?
No estamos hablando de religión. Hoy en día están realizándose descubrimientos asombrosos en el campo de la ciencia y la tecnología que ilustran el poder de la fe verdadera.
Por ejemplo, se clonan o duplican seres vivos a partir de una sola célula; se transplantan los dedos de una mano izquierda a la derecha, y se llevan a cabo experimentos en todo el mundo para ahondar más en el conocimiento de las leyes que rigen el universo. Y muchos de los científicos que hacen esas cosas son ateas.
Comentando al respecto, cierta obra dice: "Para aquel que lo contempla, un milagro es algo que está más allá de lo que él [personalmente] puede realizar o incluso de lo que puede entender plenamente [...] es una obra poderosa que requiere la intervención de un poder o conocimiento mayor del que él posee." En otras palabras, el que tiene menos conocimiento siempre admira los hechos 'milagrosos' del que sabe más o que conoce o domina mejor las leyes del universo.
Muchos brujos, chamanes, sacerdotes, magos y gurús del pasado no eran otra cosa que personas más inteligentes que el resto, que se daban perfecta cuenta de los detalles que a otros se les escapaba, y sabían aprovechar muy bien el factor sorpresa. El resultado era que se los elevaba a la condición de dioses y su palabra era tenida por sagrada. Todos le temblaban al hechicero.
De modo que, de ninguna manera estoy de acuerdo con el primer significado que dan los diccionarios acerca de la fe: "Conocimiento sobrenatural con que sin ver creemos". A menudo creemos en cosas que son invisibles aunque carecemos del conocimiento que nos las expliquen, como el viento, el oxígeno, la gravedad, el odio, las oportunidades, el tiempo, las matemáticas, los gérmenes, las bacterias, los virus y otras cosas.
Anda, pide a alguien que te dé una definición científica de lo que es el viento, el aire, el oxígeno, la gravedad, el tiempo o las matemáticas, y verás cómo titubea para responder. La gente cree en esas cosas y rige su vida teniéndolas en cuenta, pero le cuesta definirlas conscientemente.
¿Es la fe credulidad?
Por definición, un crédulo es un individuo que cree fácil o ligeramente en algo, sin requerir razones, motivos, pruebas ni evidencias. Por tanto, la credulidad se contradice con la fe, que requiere una garantía de lo que se realizará sin falta.
Por ejemplo, los actos de un prestigiador dejan boquiabiertos a los que lo observan. "La mano es más veloz que los ojos", dicen, aunque sabemos que solo se trata de trucos realizados a la perfección. Cuando nos cuenta el secreto de cómo lo hizo, podemos hacerlo nosotros también. Y si aumentamos dichos conocimientos a tal grado que ningún otro ser humano pueda lograrlo, los que nos observaran podrían admirarnos hasta el punto de poner fe en todo lo que les digamos. ("¡Haré desaparecer un avión o un monumento ante sus ojos!").
De modo que, aunque los milagros sí existen, la pregunta es ¿cuándo ocurren? ¿Dónde ocurren? ¿Cómo ocurren? ¿Espontáneamente? ¿Deliberadamente? ¿Quiénes los hacen? ¿Cuándo los hacen? Y lo que es más importante, ¿por qué o con qué motivo los hacen?
Eso nos lleva a la pregunta: ¿Es el hecho de que alguien realice algo impresionante razón suficiente para poner fe en todo lo que diga? De ninguna manera. Por ejemplo, aunque un jefe de pandilla impresione a sus seguidores demostrándoles su superioridad, de ninguna manera justifica su modo de vivir corrupto.
Su relación con la ética
Por ejemplo, a pesar de que los neumáticos de un automóvil hayan sido diseñados, entre otras cosas, para detenerlo, la velocidad, la condición de la carretera u otros factores externos pueden disminuir sus márgenes de seguridad. Aunque las normas técnicas hayan sido obedecidas cuidadosamente (lo que significa tener 'fe' en las instrucciones del fabricante, lo que a su vez equivale a tener 'fe' en las leyes físicas, matemáticas y químicas que rigen su uso), el factor humano o el suceso imprevisto puede someterlos más allá del límite de seguridad y ocasionar un accidente mortal (lluvia, aceite o trozos puntiagudos de metal en la carretera). ¿Podría en tal caso culparse al fabricante? De ninguna manera.
De modo que, en mi opinión, la fe y la confianza son cualidades diferentes. Puedo confiar en cierta persona mientras merezca mi confianza. Porque nadie descartaría que algún día podría fallarme. Por ejemplo, a pesar de que la persona que lleva la contabilidad de un negocio le merezca toda su confianza al dueño, es responsabilidad de este intervenir las cuentas periódicamente para mostrarle quién está al timón. Si un día el contador se fugara con una fuerte suma, ¿de qué provecho le sería llorar y lamentarse? Sería imprudente cifrar su fe absoluta en una persona, porque hay muchos factores que pueden inducirla a violar algún día los principios de la ética.
Por eso los cónyuges hacen bien en mantener vivo su aprecio y respeto mutuos, y los médicos, en asistir a seminarios de actualización y verificar la idoneidad de su personal; los automovilistas han de comprobar que sus vehículos estén en buenas condiciones antes de hacer un viaje largo; y los padres de familia han de mantener una comunicación abierta con sus hijos para confiar en que su relación o desempeño será eficaz.
Aunque depositemos toda nuestra confianza en ciertas personas, nuestra fe ha de reservarse solo para aquello que nunca falla. Por lo tanto, cuando hablemos de fe, asegurémonos de que nos referimos a algo que merece más que nuestra confianza. Por eso no sugiero utilizar indistintamente los términos.
La fe y el pragmatismo
De modo que la fe verdadera es sólida y nunca falla porque está fundamentada en evidencias. Hasta los ateos más recalcitrantes tienen fe en las matemáticas, el tiempo, las leyes y los principios de la naturaleza. La fe verdadera se funda en el raciocinio y en el entendimiento, y sus efectos pueden verse claramente como la luz del mediodía. Solo un ciego podría negarla. Así es como se ejerce fe en el Creador y en todas sus provisiones para el sostén de la vida. Por ejemplo, la adoración del Sol es una desviación de la fe verdadera. En realidad, el Sol y su ubicación en el sistema solar es más bien la evidencia de la existencia de un diseñador sobresaliente.
Igualmente, la fe puede verificarse o reconocerse mediante los efectos o consecuencias que tiene en la vida de las personas. Por ejemplo, el pragmatismo, movimiento filosófico iniciado en los Estados Unidos por C. S. Peirce y W. James a fines del siglo 19, busca las consecuencias prácticas del pensamiento y pone el criterio de verdad en su eficacia y valor para la vida. En otras palabras, juzga la verdad por sus efectos prácticos, observando sus resultados en la vida de las personas.
Lamentablemente, lo usual es que prestemos atención a los efectos o reacciones, y rara vez a las causas. Por ejemplo, si vemos a un ladrón arrebatándole el bolso a una anciana, nos concentramos en lo que hizo y en el castigo que se merece, cegándonos a los muchos estímulos previos que lo convirtieron en ladrón. ¿Por qué, cuándo, dónde y cómo se convirtió en ladrón? La mayoría de las personas pasan por alto esa noción. Solo se concentra en los efectos. Por eso, pragmática es la persona que se toma el tiempo suficiente para detenerse a observar las cosas en profundidad para reconocerlas a partir y a través de sus causas y motivos latentes.
Igualmente la fe se observa por sus efectos prácticos. Por ejemplo, tenemos fe en la ley de la gravedad aunque nadie puede verla con los ojos. Y lo mismo podemos decir de la electricidad, el tiempo y las microondas. Usamos un teléfono y damos por sentado que nos contestará una persona que está a gran distancia. Pero, ¿acaso vemos las ondas que viajan por el espacio?
Creemos en los efectos aun antes de que ocurran, porque vemos y oímos sus causas con los ojos y oídos del entendimiento. Por eso es imposible que una persona superficial sea pragmática, porque el verdadero pragmatismo exige prestar mucha atención a aquello que produjo efectos prácticos, lo cual demanda tiempo.
Por ejemplo, si uno voluntariamente toma la iniciativa y llama a la puerta de su vecino para comunicarle una idea o compartir una receta, una respuesta, un secreto, descubrimiento o solución, es porque 'algo' lo impulsa a hacerlo. Su educación lo mueve a actuar así. Y ya sea que el vecino le escuche o le tire la puerta, su reacción también dará cuenta de la clase de educación que lo mueve a hacerlo. De modo que, según el pragmatismo, las actitudes arrojan luz sobre la cultura y educación de las personas. ¿Qué tiene que ver esto con la fe?
La fe es similar. Produce efectos en las personas. Por ejemplo, si un joven estudia para un examen, es porque cree en dicho examen y en lo que significará obtener una buena calificación. Si estudia poco, es porque dicha calificación le importa poco. Su actitud deja entrever sus incentivos. Otro ejemplo es el de una persona que se aleja de un abismo. Tiene fe en que la fuerza de gravedad podría jalarlo hacia abajo si se acerca más y pierde el equilibrio. Para lanzarse necesitaría un paracaídas o un colchón que soporte su caída.
De modo que aunque podemos confiar en muchas personas y documentos, sería imprudente poner fe ciega en ellos. Porque aunque hemos visto que la fe nunca falla, las personas somos imperfectas y podemos fallar. ¡Cuánto más un animal u objeto! El significado ilusorio de la fe ha llevado a muchas personas a confundir la "fe" con la "confianza" como términos indistintos. Pero el pragmatismo puede ayudar a uno a reconocer que la fe existe porque puede ser comprobada por los efectos o consecuencias que tiene en la vida de las personas, aunque tenga que transcurrir algún tiempo antes de ver su cumplimiento.
Por ejemplo, gracias a complicados cálculos aeroespaciales basados en leyes exactas en las que los científicos ponen fe, los astronautas son enviados al espacio para trabajar a cientos de miles de pies de altura, y en tierra todos permanecen a la expectativa de su cumplimiento. Aunque nadie ve a los astronautas haciendo el trabajo, saben que lo harán cuando lleguen, porque ejercen fe en las leyes exactas que sirvieron de base para los cálculos.
¿Es solo el producto de un profundo deseo?
No confundas la profundidad de un deseo con su cumplimiento. El hecho de que desees algo intensamente nada tiene que ver con la fe, aunque el diccionario proponga eso como otra acepción de la palabra.
Es cierto que la profundidad de un deseo puede traducirse en acciones eficaces que favorezcan su cumplimiento, pero jamás tendrá suficiente fuerza para torcer lo inexorable. Aunque el entusiasmo logre resultados increíbles y fantásticos, solo la fe puede trasladar montañas. Por ejemplo, te desilusionarías si te lanzaras desde un avión sin paracaídas aunque tuvieras 'fe' en que nada malo te pasaría; o si compraras un billete de lotería y supusieras que pujando intensamente te la sacarías. Eso nada tiene que ver con la fe. Es solo un deseo intenso que podría cumplirse o fallar.
Entonces, si entiendes la diferencia entre fe y confianza, ¿puedes tener fe en ti mismo?, ¿Tener fe en la gente? ¿Tener fe en las instituciones? ¿Puedes decir que estas cosas son tan infalibles como para darles tu confianza absoluta? Si la respuesta es no, entonces es mejor que uses la palabra "confianza".
Cierta persona tenía tanta fe en sí misma que cuando asistía a una reunión vecinal y alguien la contradecía, le entraban culebritas en el alma, interrumpía alzando la voz con autoridad y sacudía amenazadoramente su tembloroso y feo dedo índice a vista de todos. Pobre del que osara ponerla en su sitio. Se ponía de pie, miraba intimidatoriamente a los demás y llevaba sus manos a la cintura, como diciendo: "¡Ustedes no pueden aceptar otra idea. Yo soy la que tiene los hechos, la verdad, la razón y la justicia!". Era todo un show de egocentrismo, con efectos visuales mediante el sacudimiento de documentos.
Un día se encontró con la horma de su zapato, es decir, con alguien que tenía el mismo defecto, y se pusieron de pico a pico. Y no quedó ahí. En su irritación, envió cartas a todos los vecinos explicando los hechos. Lamentablemente, los hechos contenían cosas que la otra persona consideró injuriosas, de modo que ésta inició una acción legal en su contra si no pedía disculpas públicamente, es decir, enviando igualmente cartas a todos, disculpándose. Pero el orgullo tomó el timón: "¿Disculparme? ¡Ni hablar!". En vez de tomar la opción más barata de disculparse, prefirió defender su honor pisando el palito y metiéndose en un problema legal. Es increíble los niveles a los que puede llevar el orgullo. ¿Es eso tener fe en uno mismo? No lo creo.
Por lo tanto, fe y confianza no son lo mismo. Te sugiero usar la palabra "confianza" cuando simplemente supongas que algo puede resultar tal como lo pensaste o deseaste, por muy profundo o sincero que sea tu deseo, o por muchas que sean las personas que crean lo mismo; y solo te sugiero usar la palabra "fe"cuando tengas la plena seguridad, basada en una evidencia semejante a garantía, de que va a suceder y que de ninguna manera fallará. Si no resulta o no se cumple, no se trata de fe, sino exceso de confianza.
ARRIBA
Es más que confiar en personas y documentos
Por un lado, en la mayoría de los casos mencionados al inicio, sugiero usar la palabra confianza en vez de fe, porque tales definiciones realmente se basan casi enteramente en una expresión de confianza. Se confía en la palabra de una persona, ya sea porque se sabe que dice la verdad o por la fuerza de su imagen.
Por otro, la fe, en el pleno sentido de su significado más profundo, es más que la confianza que puede depositarse en un individuo o documento, ya sea porque nos haya convencido con razones o porque se haya ganado la reputación de estar en lo cierto la mayoría de las veces. La fe trasciende la confianza porque se basa en la evidencia o garantía de algo que todavía está por verse.
Para entender el punto, un ejemplo de confianza sería la que un hijo tiene en su padre a pesar de haber sido instruido con base en una tradición o leyenda. Se lo ha condicionado a aceptar todo lo que este dice. Así se transmiten, de generación en generación, hasta las costumbres religiosas más extrañas que podríamos imaginar. Ripley's Believe or Not ha documentado muchas en sus famosos artículos de la serie "Aunque usted no lo crea". Por ejemplo, cierta pareja de feligreses de un culto radical fueron condenados por las autoridades por haber asesinado a su hija. Dijeron que su "fe" les indicó que ese era su merecido castigo por haberse negado a casarse con el novio que ellos escogieron para ella.
Otro ejemplo de confianza ocurre cuando alguien adelanta dinero para comprar un departamento con tan solo ver los planos. La promesa de que quedará bien le basta para suponer que finalmente resultará de su agrado. Pero ¿realmente será de su agrado? ¿Cumplirán con utilizar materiales de primera? ¿Qué sentirá cuando la promesa de disfrutar de "vista al mar" se disipe ante la construcción de un nuevo edificio frente al suyo?
Otro ejemplo de confianza sería la de un discípulo en su maestro después de haber acogido sus teorías. El caso de Charles Darwin y su teoría de la evolución es aleccionador. Muchos han seguido creyendo en su teoría a pesar de que todavía no encuentran el llamado 'eslabón perdido', es decir, la conexión genética directa entre el hombre y el mono. Sigue siendo una teoría no comprobada.
Otro ejemplo es la confianza que algunos líderes despiertan en sus seguidores, aun al punto de movilizar grandes masas en pos de grandes ideales que, en la mayoría de los casos, terminan en desilusión y costosos enfrentamientos. No es un secreto que muchos hacen promesas que después no cumplen.
Otro ejemplo es la confianza de un paciente en su médico después que este ha restablecido su salud en diferentes ocasiones. "Es muy acertado", puede que diga, aunque otros opinen diferente por haber salido perjudicados.
Es interesante mencionar que la expresión “ejercer fe” proviene del griego pi-stéu-o y puede comunicar uno de dos significados. El experto en gramática griega James Moulton indica en una de sus obras que los primeros cristianos reconocían claramente dos connotaciones para pi-stéu-o, diciendo que para ellos “lo importante [era] distinguir entre una mera creencia [...] y el ejercicio personal de confianza”. En otras palabras, la diferencia se determinaba por el contexto, es decir, por todo el mensaje en conjunto. De esta manera, la construcción gramatical les ayudaba a entender lo que tenía presente el autor. Si era seguida solo por un nombre en el caso dativo, se entendía siempre como ‘creer’, pero si iba seguida de e-pí, (“en”), se entendería como ‘creer en’. Por eso, si le seguía eis, (“a”), por lo general se entendía ‘ejercer fe en’. Es así como la expresión pi-stéu-o quedó emparentada con la palabra griega pí-stis, que significa “fe”.
El experto en gramática griega, Paul Kaufman, afirma que “otra construcción que es común en el Nuevo Testamento (especialmente en el Evangelio Según Juan) es πιστεύω [pi-stéu-o] con εiς [eis] y el caso acusativo [...] Más bien que tratar de traducir la preposición εiς como palabra aislada, debe traducirse toda la construcción de εiς más el acusativo. Se piensa en la fe como una actividad, como algo que los hombres hacen, es decir, colocar en alguien la fe”.
De esta manera, los expertos nos ayudan a entender el hecho de que no es siempre lo mismo tener una creencia [o tener o sentir confianza], que poner confianza o tener fe ["depositar nuestra confianza absoluta en"] en alguien,. Porque una cosa es lo que uno siente en su interior respecto de sí mismo y sus ideas, y otra, lo que puede sentir respecto de otra persona. Aunque yo tuviera una gran confianza en mí mismo, no estaría en capacidad de prometer que mañana de ninguna manera nos sacudirá un terremoto ¿verdad? Porque no tengo ni la sabiduría ni el poder para predecir ni controlar los ajustes de las placas tectónicas de la Tierra, ¿no es cierto? Generalmente ni siquiera puedo prometer más que esforzarme por hacer todo lo que esté a mi alcance respecto de cualquier asunto, lo que esté en mis posibilidades, según el límite de mis conocimientos y experiencia, dentro de las fronteras de mi poder y sabiduría.
En cambio, Dios sí está en capacidad de hacer valer su amor, poder, justicia y sabiduría cuando lo considera apropiado, según su insondable propósito y poder. Entendemos que no pueda hacer todo lo que nuestros caprichos fuesen capaces de imaginar, pero puede efectuar todo aquello que está implicado en Su propio propósito eterno. De hecho, el universo y lo que lo llena es un reflejo de su poder infinito. Él ha diseñado y establecido las leyes naturales que lo sostienen y NUNCA fallan.
Por eso podemos poner fe en Él y estar seguros de que, por ejemplo, según las leyes que Él ha establecido, la Luna aparecerá en el firmamento exactamente en las mismas coordenadas a la hora exacta dentro de un mes, todos los meses, todos los años, todos los siglos, lo cual en parte permite a los pescadores, navegantes y astronautas establecer planes concretos para organizar sus actividades relacionadas con la pesca, la navegación y la investigación espacial.
Por esas mismas leyes confiamos en que mañana será el siguiente día del calendario, y hacemos planes no solo para mañana, sino para la semana siguiente o el mes siguiente o el año siguiente. Porque SABEMOS que no fallará.
¿Podríamos poner fe, es decir, confiar a ese grado en las promesas de un ser humano que, aunque ni siquiera puede predecir lo que sucederá mañana, nos dice lo que sucederá dentro de veinte mil millones de años? No. Solo podemos confiar en que hará su mejor esfuerzo. Admitimos que puede fallar. Confiamos en él, pero no ponemos fe en él, porque no es lo mismo. Si pusiéramos fe en él, no solo demostraríamos que no entendemos la diferencia entre fe y confianza, sino que podríamos experimentar una gran desilusión.
Por eso, ya se trate de fe o de confianza, una de las mejores maneras de comprobar si tiene fuerza, poder o eficacia, es observando los efectos, frutos o resultados que ha producido, es decir, en cuanto a si armonizan o no con la doctrina, promesa o proyecto preconizados. Eso nos lleva a la siguiente reflexión.
¿Por qué la verdadera fe NUNCA falla?
Le fe es única y tiene un distintivo semejante a una huella digital. Su verdadero sentido va más allá de la simple confianza que pueden inspirar individuos, entidades humanas o documentos. La fe se basa en una evidencia o garantía de algo que está en el futuro o aún falta manifestarse, o en algo que ha ocurrido en el pasado o ya se ha cumplido.
Por ejemplo, si supusiéramos que hoy fuera domingo, mañana sería lunes. Pensemos en mañana, es decir, en el día siguiente, el lunes, y preguntémonos: "¿Qué día será mañana?". Si escribimos la palabra lunes en una hoja de papel y, luego, mirándola, meditamos profundamente: "¿Existe el lunes?", la respuesta sería no, el lunes solo está en nuestra imaginación, en el futuro. Hoy es domingo. El lunes es irreal. Aunque hoy es domingo, aceptamos, más allá de cualquier duda, que mañana será lunes.
La pregunta clave es: "¿Cuán seguros estamos de que mañana será lunes?". La respuesta se relaciona con algo que trasciende la confianza. Es una seguridad que va más allá de la confianza y hasta nos impulsa a la acción.
Por ejemplo, no solo significa que el día siguiente, el lunes, lo consideramos una realidad aunque todavía sea irreal, sino que hacemos planes para el lunes y tal vez hasta planeemos una agenda. Porque de ninguna manera admitimos la probabilidad de que, siendo domingo, el día siguiente será jueves o viernes. Tenemos muchos años comprobando que el lunes siempre sigue al domingo.
Por eso decimos que se trata de algo más que confianza. ¡Tenemos una garantía de que mañana será lunes, no martes, aunque por ahora el lunes solo esté en nuestra mente! ¡Tenemos fe verdadera en que mañana será lunes! ¡Eso es verdadera fe! Una evidencia de algo irreal o invisible, imperceptible a los sentidos o a las emociones, pero perceptible al entendimiento.
Es cierto que la mente humana atrae instintivamente las influencias que armonizan con el modelo de frases o pensamiento que aprendemos y abrigamos, y con el hecho de que mediante la repetición constante podemos traducir en realidad cierto plan o propósito que nos hayamos trazado.
Por ejemplo, si uno se propone estudiar en la universidad y dedica todos sus esfuerzos y recursos a su meta, sin duda aumentará sus probabilidades de lograrlo. Pero sería ingenuo creer que la fe sea una especie de herramienta que podamos utilizar para forzar al universo o a Dios de modo que haga lo que queremos cuando queremos, como, por ejemplo, no dedicarle ningún esfuerzo ni interés al estudio y esperar que rezando intensamente alcancemos la meta.
En otras palabras, no existe manera de que, por más fe que pretendamos tener, mañana sea sábado si mañana será lunes,ni de que nos broten alas para remontarnos por el aire como pájaros si saltamos del último piso de un edificio. Tampoco hay manera de evadir las consecuencias de nuestras decisiones, sean buenas o malas. Tarde o temprano, de alguna manera nos alcanzarán sus efectos, ramificaciones, secuelas o emanaciones.
Si alguien cree que la fe resulta de pujar con el pensamiento para que se cumpla cualquier capricho (como llegar temprano al trabajo si salió tarde de casa, o que no se enferme si hace cosas que causan daño), tarde o temprano se desilusionará, porque al margen de lo que le hayan enseñado, la fe no es sinónimo de autosugestión, convicción ni creencia, sino una seguridad plena, semejante a garantía, sustentada en información confiable y experiencia, que nos confirma que algo sucederá indefectiblemente.
Con esto como base es que, por ejemplo, los científicos pueden lanzar una sonda al espacio y esperar que después de 25 años llegue al final del sistema solar, es decir, adonde no llega una gran influencia del Sol, y enfrentarse a tormentas magnéticas insospechadas.
Aunque muchos científicos no quieran reconocerlo, para hacer muchas de sus predicciones se valen de alguna manera de su fe en las leyes naturales conocidas. Porque en realidad no podrían descubrir ni comprobar nada si no tuvieran fe en dichas leyes físicas y químicas. Rigen el universo y sirven de garantía para sus conclusiones, las cuales utilizan para sus apreciaciones y evaluaciones. La fe es un aval basado en leyes y evidencias sólidas. No se trata de una simple creencia o autosugestión.
Por eso se puede afirmar sin lugar a dudas que la característica principal de la fe a la que nos referimos es que en ningún caso admite error o fracaso. Nosotros podemos fallar o equivocarnos al realizar ciertos cálculos basados en nuestros limitados conocimientos y experiencias humanos, como cuando fracasan ciertos viajes espaciales, pero las normas del universo son inmutables, son constantes y no fallan, permanecen inalterables.
Las estudiamos y aprendemos a adaptarnos a ellas (como la ley de gravedad, la termodinámica o las fuerzas nucleares). Sería más que un exabrupto afirmar que forzando el pensamiento podremos torcerlas para que obren a nuestro favor, a capricho ("Puedo hacer cosas malas y no me pasará nada, porque tengo fe en que todo me saldrá bien"). No confundamos fe con autosugestión, creencia o convicción, porque no son lo mismo.
Otro ejemplo es el de un médico que efectúa una cirugía. Aunque tomara radiografías o tomografías para tener una idea del problema, sabe que podrá intervenir al paciente con fe en que los diferentes órganos de su cuerpo están en una ubicación definida. Tal vez se demore un poco en encontrar un apéndice retrocecal enquistado entre los intestinos, pero sabe que está por ahí cerca. Sabe que el corazón de un ser humano normal queda a la altura del esternón, y sabe cómo reaccionaría el organismo ante los diferentes compuestos químicos que administrará al paciente.
Un médico puede formarse una idea de cuánto tiempo de vida le queda a un moribundo, porque conoce los plazos del deterioro gradual del organismo; o un forense puede hacer una autopsia y calcular la hora aproximada de una muerte. Aunque puede equivocarse en sus interpretaciones o apreciaciones, el punto de partida de sus teorías es su fe en los sistemas fisiológicos y en las diferentes leyes biológicas que estudió en la universidad.
Otro ejemplo es el de un arquitecto que diseña un edificio de 50 pisos. Su fe en las matemáticas es absoluta. Sabe que sus cálculos se basan en leyes físicas y químicas confiables, es decir, que nunca fallan. Puede calcular el grado de resistencia y flexibilidad de las columnas en caso de sismo, y ordenar la cantidad y calidad de los materiales que deben usarse para soportar la cantidad de toneladas por centímetro cuadrado exigida por las normas de seguridad. Entonces puede garantizar, hasta cierto punto, que la construcción soportará determinada intensidad telúrica o determinada temperatura. De hecho, por esa misma fe las municipalidades y ayuntamientos evalúan periódicamente las edificaciones de las ciudades reclasificándolas de acuerdo al paso de los años.
Por supuesto, por esa misma fe en las matemáticas, en la ley de promedios y en el cálculo de probabilidades, el arquitecto también puede tener fe en que ciertos factores externos podrían romper o deshacer las estructuras si algo las llevara más allá de los márgenes de seguridad calculados. Recordemos el famoso transatlántico Titanic. El impresionante barco fue especialmente diseñado para sobrevivir a una embestida feroz, pero fue expuesto a una situación que evidentemente rebasó sus márgenes de seguridad. Por eso, después del impacto, el capitán realizó sus cálculos y tuvo fe en que se hundiría en unas dos horas, y así ocurrió. Las matemáticas son exactas. Podemos poner fe en ellas (teoría de la relatividad incluida). El hombre puede equivocarse, las matemáticas no.
Por eso la fe verdadera de ninguna manera ha de confundirse con la simple confianza o en alguna creencia o convicción basada en opiniones personales, emociones, suposiciones, supersticiones, teorías sin comprobar, costumbres locales o tradiciones. La característica que distingue a la fe es que jamás falla porque se basa en evidencias contundentes que nos permiten saber de antemano lo que va a suceder, o ver con los ojos del entendimiento lo que no puede verse a simple vista. Todavía no ha sucedido, pero podemos darlo por hecho, porque de hecho se realizará. No hay pierde. Eso es fe.
La revolucionaria nanotecnología se basa en cálculos realizados por computadora a una escala inimaginablemente pequeña (un nanómetro es una millonésima de milimetro). Los inventos o productos producidos con dicha tecnología existen porque han sido creados mediante la fe que los científicos tienen en las matemáticas. Solo hay que enterarse del sistema de unidades de tiempo para ver cuánto ha adelantado la ciencia.
Los que no somos científicos tal vez no entendamos dichos procesos, sistemas y leyes, pero creemos porque confiamos en la palabra de los científicos o experimentamos por nosotros mismos los efectos del producto terminado.
Por ejemplo, si un médico ha operado con éxito a miles de pacientes, ¿no tendrá fe en que la siguiente operación tendrá un alto porcentaje de éxito? Un arquitecto que ha construido muchos edificios que han soportado el paso del tiempo, ¿no tendrá fe en que el siguiente edificio que diseñe tendrá un enorme margen de estabilidad?
Por la misma lógica podemos decir que la fe puede ser fuerte o débil, verdadera o falsa. Por ejemplo, aunque un médico o arquitecto recién graduado tenga una gran fe en sus conocimientos, lógicamente pudiera tener menos fe que uno experimentado. Lo que nos lleva a otra conclusión interesante: Ejercitar la fe incrementa o fortalece la misma.
¿Se puede ejercitar la fe?
Sí, podemos ejercitar la fe estudiando diligentemente, profundizando el conocimiento, observando cuidadosamente, experimentando con un propósito específico y comprobando los efectos de las leyes naturales, los diseños de la naturaleza y cómo estos interactúan el ecosistema universal.
La Tabla de Mendeléyev se diseñó sobre la base de la fe en que los elementos aún no descubiertos necesariamente llenarían un vacío lógico en dicha tabla, y así ocurrió. Los nuevos elementos descubiertos encajaron perfectamente.
No ejercitamos la fe aplicando incorrectamente los términos "confianza", "destino", "suerte" ni "garantía", jugando a la lotería o poniendo en riesgo nuestra vida innecesariamente.
Algo similar sucede con las ventas. Un vendedor experimentado tiene más seguridad que uno novato, porque la experiencia le permite formarse una idea más clara del impacto que sus presentaciones tendrán en sus prospectos, porque ha repetido el proceso muchas veces, de modo que sale y vende con eficacia, y aunque sabe que siempre hay cabida para una medida de frustración, la mantiene al mínimo tal como haría un médico o un arquitecto, porque aplica las técnicas o métodos para vender eficazmente. Puede confiar en que aplicando las técnicas apropiadas favorecerá el cierre de la venta, pero no puede tener fe en que realizará la venta. Si lo hace y no vende, podría malinterpretar el significado de la fe.
Por tanto, la fe no se apoya en cimientos débiles y frágiles, sino en cimientos sólidos, en aquello que no fallará ni fracasará.
Ni la mera emoción, ni el entusiasmo ni mucho menos una suposición o capricho son fundamentos confiables para la fe. Hubo una millonada de votantes desilusionados al cabo de las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016. Tenían fe en que Hillary Clinton sería presidente. Pero los resultados favorecieron a su oponente. Eso no fue fe. Porque la fe nunca falla.
Un simple presentimiento, por fuerte que sea, sigue siendo un presentimiento. No es base sólida para la confianza o seguridad que caracteriza la fe.
Cuando Hillary Clinton quedó en segundo lugar, muchos de sus seguidores lloraron de desconsuelo y desconcierto. Quedaron desmoralizados y destrozados, especialmente los más religiosos. No podían creer que su fe les hubiera fallado. Estaban tan seguros de que ella sería la presidenta que no podían entender. Sintieron como si les faltaran piezas a su rompecabezas. Aunque pasaron los días, no podían recuperarse. Muchos se fueron al extremo de realizar manifestaciones públicas arrojando piedras, quemando propiedad ajena y hasta matando e hiriendo a policías para expresar su disconformidad.
Es cierto que un orador que domina las técnicas de oratoria puede tener más confianza en que sus discursos darán en el clavo Pero nunca se lanza al ruedo con el entusiasmo como único recurso. El entusiasmo es vital, pero no lo es todo. ¡¡Tiene que prepararse adecuadamente!!
¿Es la fe algo sobrenatural?
La fe de ninguna manera es sobrenatural. La fe es un resultado natural de 'saber a ciencia cierta' que algo no puede fallar.
Uno puede saber lo que va a suceder si tiene como base un entendimiento preciso respecto a quién o qué lo hará posible. Por ejemplo, contribuyen a dicha noción las experiencias pasadas que demuestran claramente que lo mismo puede ocurrir en el futuro. Es un resultado garantizado, aunque todavía se tenga que esperar un tiempo para verlo realizado.
La uniformidad del universo y todo lo que lo rodea es el resultado de leyes naturales que los científicos han descubierto y aprendido a explicar. Ellos no inventaron esas leyes. Las descubrieron. Las leyes ya estaban allí cuando apareció la humanidad.
Si un físico o químico del siglo XXI viajara al pasado lejano y mostrara sus conocimientos al mundo mediante la proyección de diapositivas de computadora y la realización de experimentos de física o química recreativa, tal vez lo considerarían un dios y lo revenciarían, o tal vez lo quemarían vivo suponiendo que es un enviado del mal.
Sabemos que los meteorólogos pueden adelantarse a la formación de un huracán a partir del comportamiento del fenómeno atmosférico. Aunque no pueden adelantarse mucho, lo poco que se adelantan es un resultado de su fe en el comportamiento de los elementos. También saben cuándo comienza y termina una estación y la clase de clima que habrá. El verano será caluroso, y el invierno frío.
De hecho, hasta simples agricultores sin nociones científicas pueden interpretar con fe la apariencia del cielo, en cuanto si habrá buen tiempo, o si será invernal o lluvioso.
Un buzo sabe lo que le podría suceder a su salud si ascendiera rápidamente a la superficie después de haber descendido a niveles que requieren un ascenso lento.
Un paracaidista puede predecir lo que le sucedería si su equipo fallara y no se abriera.
Un cocinero puede predecir la reacción de sus comensales si añadiera demasiada pimienta o sal a la comida.
Un paleontólogo podría afirmar con cierto grado de certeza lo que sucedió hace 6.000 años, y un astrónomo puede predecir lo que ocurriría si un enorme cometa fuese atraído por la fuerza de gravedad de la Tierra.
Eso nada tiene de sobrenatural. De hecho, todas las personas, incluidas las ateas, ejercen fe todos los días en el cumplimiento de lo que puede predecirse a partir del entendimiento exacto de ciertas cosas, ya sea porque alguien que domina el tema lo dijo o porque conocen ciertas leyes o reglas de medición.
Por ejemplo, si dos diferentes equipos de médicos coinciden en que a Fulano le quedan tres meses de vida, ¿podemos tener fe en que se recuperará? Depende. Tal vez exista un factor que pasaron por alto, o en el ínterin se descubra un nuevo tratamiento que desconocían. Si no, morirá tal como lo predijeron. En tal caso, no se podría hablar de fe, porque solo se trata de una estimación, de una suposición.
¿Es prudente poner fe en las personas?
Si bien es cierto que las matemáticas, el tiempo y las leyes físicas y químicas nunca fallan, las personas mismas que efectúan los cálculos pueden fallar.
El Titanic fue construido siguiendo leyes físicas infalibles, pero se hundió porque no pudo superar a la naturaleza. Superó largamente los márgenes de seguridad que los fabricantes tuvieron en cuenta y ocurrió lo imprevisto. A tal punto estaba mal dirigida su fe en que nunca se hundiría, que hicieron menos botes salvavidas de los que técnicamente se requerían en caso de hundimiento.
Si hubieran respetado las instrucciones y tenido en cuenta con más escrupulosidad los márgenes de seguridad, muchos más hubiesen llegado sanos y salvos a su destino y su fe hubiera funcionado. Ahora hay nuevas evidencias que apuntan a la debilidad de ciertos remaches que fueron fabricados de manera diferente del resto de remaches del barco. National Geographic y Discovery Channel han documentado las actualizaciones de las conclusiones científicas a las que los expertos llegaron respecto de este lamentable e histórico accidente naval.
Por eso decimos que la fe está sujeta al respeto por aquello que esta exige para su cumplimiento, ya sean reglas, principios u otros conocimientos. De hecho, diríamos que ni siquiera aquello que llamamos 'milagro' resulta de violar las leyes naturales, sino todo lo contrario. Un milagro no es otra cosa que la sinergia de leyes naturales existentes cuya comprensión está más allá de nuestro alcance.
¿Fe en un milagro?
No estamos hablando de religión. Hoy en día están realizándose descubrimientos asombrosos en el campo de la ciencia y la tecnología que ilustran el poder de la fe verdadera.
Por ejemplo, se clonan o duplican seres vivos a partir de una sola célula; se transplantan los dedos de una mano izquierda a la derecha, y se llevan a cabo experimentos en todo el mundo para ahondar más en el conocimiento de las leyes que rigen el universo. Y muchos de los científicos que hacen esas cosas son ateas.
Comentando al respecto, cierta obra dice: "Para aquel que lo contempla, un milagro es algo que está más allá de lo que él [personalmente] puede realizar o incluso de lo que puede entender plenamente [...] es una obra poderosa que requiere la intervención de un poder o conocimiento mayor del que él posee." En otras palabras, el que tiene menos conocimiento siempre admira los hechos 'milagrosos' del que sabe más o que conoce o domina mejor las leyes del universo.
Muchos brujos, chamanes, sacerdotes, magos y gurús del pasado no eran otra cosa que personas más inteligentes que el resto, que se daban perfecta cuenta de los detalles que a otros se les escapaba, y sabían aprovechar muy bien el factor sorpresa. El resultado era que se los elevaba a la condición de dioses y su palabra era tenida por sagrada. Todos le temblaban al hechicero.
De modo que, de ninguna manera estoy de acuerdo con el primer significado que dan los diccionarios acerca de la fe: "Conocimiento sobrenatural con que sin ver creemos". A menudo creemos en cosas que son invisibles aunque carecemos del conocimiento que nos las expliquen, como el viento, el oxígeno, la gravedad, el odio, las oportunidades, el tiempo, las matemáticas, los gérmenes, las bacterias, los virus y otras cosas.
Anda, pide a alguien que te dé una definición científica de lo que es el viento, el aire, el oxígeno, la gravedad, el tiempo o las matemáticas, y verás cómo titubea para responder. La gente cree en esas cosas y rige su vida teniéndolas en cuenta, pero le cuesta definirlas conscientemente.
¿Es la fe credulidad?
Por definición, un crédulo es un individuo que cree fácil o ligeramente en algo, sin requerir razones, motivos, pruebas ni evidencias. Por tanto, la credulidad se contradice con la fe, que requiere una garantía de lo que se realizará sin falta.
Por ejemplo, los actos de un prestigiador dejan boquiabiertos a los que lo observan. "La mano es más veloz que los ojos", dicen, aunque sabemos que solo se trata de trucos realizados a la perfección. Cuando nos cuenta el secreto de cómo lo hizo, podemos hacerlo nosotros también. Y si aumentamos dichos conocimientos a tal grado que ningún otro ser humano pueda lograrlo, los que nos observaran podrían admirarnos hasta el punto de poner fe en todo lo que les digamos. ("¡Haré desaparecer un avión o un monumento ante sus ojos!").
De modo que, aunque los milagros sí existen, la pregunta es ¿cuándo ocurren? ¿Dónde ocurren? ¿Cómo ocurren? ¿Espontáneamente? ¿Deliberadamente? ¿Quiénes los hacen? ¿Cuándo los hacen? Y lo que es más importante, ¿por qué o con qué motivo los hacen?
Eso nos lleva a la pregunta: ¿Es el hecho de que alguien realice algo impresionante razón suficiente para poner fe en todo lo que diga? De ninguna manera. Por ejemplo, aunque un jefe de pandilla impresione a sus seguidores demostrándoles su superioridad, de ninguna manera justifica su modo de vivir corrupto.
Su relación con la ética
Por ejemplo, a pesar de que los neumáticos de un automóvil hayan sido diseñados, entre otras cosas, para detenerlo, la velocidad, la condición de la carretera u otros factores externos pueden disminuir sus márgenes de seguridad. Aunque las normas técnicas hayan sido obedecidas cuidadosamente (lo que significa tener 'fe' en las instrucciones del fabricante, lo que a su vez equivale a tener 'fe' en las leyes físicas, matemáticas y químicas que rigen su uso), el factor humano o el suceso imprevisto puede someterlos más allá del límite de seguridad y ocasionar un accidente mortal (lluvia, aceite o trozos puntiagudos de metal en la carretera). ¿Podría en tal caso culparse al fabricante? De ninguna manera.
De modo que, en mi opinión, la fe y la confianza son cualidades diferentes. Puedo confiar en cierta persona mientras merezca mi confianza. Porque nadie descartaría que algún día podría fallarme. Por ejemplo, a pesar de que la persona que lleva la contabilidad de un negocio le merezca toda su confianza al dueño, es responsabilidad de este intervenir las cuentas periódicamente para mostrarle quién está al timón. Si un día el contador se fugara con una fuerte suma, ¿de qué provecho le sería llorar y lamentarse? Sería imprudente cifrar su fe absoluta en una persona, porque hay muchos factores que pueden inducirla a violar algún día los principios de la ética.
Por eso los cónyuges hacen bien en mantener vivo su aprecio y respeto mutuos, y los médicos, en asistir a seminarios de actualización y verificar la idoneidad de su personal; los automovilistas han de comprobar que sus vehículos estén en buenas condiciones antes de hacer un viaje largo; y los padres de familia han de mantener una comunicación abierta con sus hijos para confiar en que su relación o desempeño será eficaz.
Aunque depositemos toda nuestra confianza en ciertas personas, nuestra fe ha de reservarse solo para aquello que nunca falla. Por lo tanto, cuando hablemos de fe, asegurémonos de que nos referimos a algo que merece más que nuestra confianza. Por eso no sugiero utilizar indistintamente los términos.
La fe y el pragmatismo
De modo que la fe verdadera es sólida y nunca falla porque está fundamentada en evidencias. Hasta los ateos más recalcitrantes tienen fe en las matemáticas, el tiempo, las leyes y los principios de la naturaleza. La fe verdadera se funda en el raciocinio y en el entendimiento, y sus efectos pueden verse claramente como la luz del mediodía. Solo un ciego podría negarla. Así es como se ejerce fe en el Creador y en todas sus provisiones para el sostén de la vida. Por ejemplo, la adoración del Sol es una desviación de la fe verdadera. En realidad, el Sol y su ubicación en el sistema solar es más bien la evidencia de la existencia de un diseñador sobresaliente.
Igualmente, la fe puede verificarse o reconocerse mediante los efectos o consecuencias que tiene en la vida de las personas. Por ejemplo, el pragmatismo, movimiento filosófico iniciado en los Estados Unidos por C. S. Peirce y W. James a fines del siglo 19, busca las consecuencias prácticas del pensamiento y pone el criterio de verdad en su eficacia y valor para la vida. En otras palabras, juzga la verdad por sus efectos prácticos, observando sus resultados en la vida de las personas.
Lamentablemente, lo usual es que prestemos atención a los efectos o reacciones, y rara vez a las causas. Por ejemplo, si vemos a un ladrón arrebatándole el bolso a una anciana, nos concentramos en lo que hizo y en el castigo que se merece, cegándonos a los muchos estímulos previos que lo convirtieron en ladrón. ¿Por qué, cuándo, dónde y cómo se convirtió en ladrón? La mayoría de las personas pasan por alto esa noción. Solo se concentra en los efectos. Por eso, pragmática es la persona que se toma el tiempo suficiente para detenerse a observar las cosas en profundidad para reconocerlas a partir y a través de sus causas y motivos latentes.
Igualmente la fe se observa por sus efectos prácticos. Por ejemplo, tenemos fe en la ley de la gravedad aunque nadie puede verla con los ojos. Y lo mismo podemos decir de la electricidad, el tiempo y las microondas. Usamos un teléfono y damos por sentado que nos contestará una persona que está a gran distancia. Pero, ¿acaso vemos las ondas que viajan por el espacio?
Creemos en los efectos aun antes de que ocurran, porque vemos y oímos sus causas con los ojos y oídos del entendimiento. Por eso es imposible que una persona superficial sea pragmática, porque el verdadero pragmatismo exige prestar mucha atención a aquello que produjo efectos prácticos, lo cual demanda tiempo.
Por ejemplo, si uno voluntariamente toma la iniciativa y llama a la puerta de su vecino para comunicarle una idea o compartir una receta, una respuesta, un secreto, descubrimiento o solución, es porque 'algo' lo impulsa a hacerlo. Su educación lo mueve a actuar así. Y ya sea que el vecino le escuche o le tire la puerta, su reacción también dará cuenta de la clase de educación que lo mueve a hacerlo. De modo que, según el pragmatismo, las actitudes arrojan luz sobre la cultura y educación de las personas. ¿Qué tiene que ver esto con la fe?
La fe es similar. Produce efectos en las personas. Por ejemplo, si un joven estudia para un examen, es porque cree en dicho examen y en lo que significará obtener una buena calificación. Si estudia poco, es porque dicha calificación le importa poco. Su actitud deja entrever sus incentivos. Otro ejemplo es el de una persona que se aleja de un abismo. Tiene fe en que la fuerza de gravedad podría jalarlo hacia abajo si se acerca más y pierde el equilibrio. Para lanzarse necesitaría un paracaídas o un colchón que soporte su caída.
De modo que aunque podemos confiar en muchas personas y documentos, sería imprudente poner fe ciega en ellos. Porque aunque hemos visto que la fe nunca falla, las personas somos imperfectas y podemos fallar. ¡Cuánto más un animal u objeto! El significado ilusorio de la fe ha llevado a muchas personas a confundir la "fe" con la "confianza" como términos indistintos. Pero el pragmatismo puede ayudar a uno a reconocer que la fe existe porque puede ser comprobada por los efectos o consecuencias que tiene en la vida de las personas, aunque tenga que transcurrir algún tiempo antes de ver su cumplimiento.
Por ejemplo, gracias a complicados cálculos aeroespaciales basados en leyes exactas en las que los científicos ponen fe, los astronautas son enviados al espacio para trabajar a cientos de miles de pies de altura, y en tierra todos permanecen a la expectativa de su cumplimiento. Aunque nadie ve a los astronautas haciendo el trabajo, saben que lo harán cuando lleguen, porque ejercen fe en las leyes exactas que sirvieron de base para los cálculos.
¿Es solo el producto de un profundo deseo?
No confundas la profundidad de un deseo con su cumplimiento. El hecho de que desees algo intensamente nada tiene que ver con la fe, aunque el diccionario proponga eso como otra acepción de la palabra.
Es cierto que la profundidad de un deseo puede traducirse en acciones eficaces que favorezcan su cumplimiento, pero jamás tendrá suficiente fuerza para torcer lo inexorable. Aunque el entusiasmo logre resultados increíbles y fantásticos, solo la fe puede trasladar montañas. Por ejemplo, te desilusionarías si te lanzaras desde un avión sin paracaídas aunque tuvieras 'fe' en que nada malo te pasaría; o si compraras un billete de lotería y supusieras que pujando intensamente te la sacarías. Eso nada tiene que ver con la fe. Es solo un deseo intenso que podría cumplirse o fallar.
Entonces, si entiendes la diferencia entre fe y confianza, ¿puedes tener fe en ti mismo?, ¿Tener fe en la gente? ¿Tener fe en las instituciones? ¿Puedes decir que estas cosas son tan infalibles como para darles tu confianza absoluta? Si la respuesta es no, entonces es mejor que uses la palabra "confianza".
Cierta persona tenía tanta fe en sí misma que cuando asistía a una reunión vecinal y alguien la contradecía, le entraban culebritas en el alma, interrumpía alzando la voz con autoridad y sacudía amenazadoramente su tembloroso y feo dedo índice a vista de todos. Pobre del que osara ponerla en su sitio. Se ponía de pie, miraba intimidatoriamente a los demás y llevaba sus manos a la cintura, como diciendo: "¡Ustedes no pueden aceptar otra idea. Yo soy la que tiene los hechos, la verdad, la razón y la justicia!". Era todo un show de egocentrismo, con efectos visuales mediante el sacudimiento de documentos.
Un día se encontró con la horma de su zapato, es decir, con alguien que tenía el mismo defecto, y se pusieron de pico a pico. Y no quedó ahí. En su irritación, envió cartas a todos los vecinos explicando los hechos. Lamentablemente, los hechos contenían cosas que la otra persona consideró injuriosas, de modo que ésta inició una acción legal en su contra si no pedía disculpas públicamente, es decir, enviando igualmente cartas a todos, disculpándose. Pero el orgullo tomó el timón: "¿Disculparme? ¡Ni hablar!". En vez de tomar la opción más barata de disculparse, prefirió defender su honor pisando el palito y metiéndose en un problema legal. Es increíble los niveles a los que puede llevar el orgullo. ¿Es eso tener fe en uno mismo? No lo creo.
Por lo tanto, fe y confianza no son lo mismo. Te sugiero usar la palabra "confianza" cuando simplemente supongas que algo puede resultar tal como lo pensaste o deseaste, por muy profundo o sincero que sea tu deseo, o por muchas que sean las personas que crean lo mismo; y solo te sugiero usar la palabra "fe"cuando tengas la plena seguridad, basada en una evidencia semejante a garantía, de que va a suceder y que de ninguna manera fallará. Si no resulta o no se cumple, no se trata de fe, sino exceso de confianza.
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