Una vez formada una turba, no te recomiendo intervenir. Todavía la humanidad no ha descubierto cómo detener un tsunami después de que un terremoto provoca su formación. Solo se puede observar la trayectoria y tomar las precauciones del caso. Lo mismo podemos decir de un huracán o de un volcán en erupción. Una turba es impredeciblemente peligrosa.
Si bien es cierto que dos cabezas piensan mejor que una, y que la unión hace la fuerza, puedes formarte una idea de lo que ocurre cuando 200 cabezas se ponen de acuerdo y se unen para llevar a cabo una misma idea, ya sea para construir algo o para destruirlo. El resultado es una potenciación de fuerzas tan difícil o improbable de contener como una represa cuando se agrieta y rompe.
De todos modos, existe un recurso para detener a una turba: El impacto. Cualquier persona o grupo de personas puede detenerse en seco ante algo que tenga suficiente poder de impacto. Un impacto causa sorpresa y capta la atención tan poderosamente que detiene en seco a cualquiera.
Por ilustrarlo, se ha sabido de delincuentes que no lograron su fechoría porque su víctima los desconcertó, y de bandidos que prefirieron salir corriendo cuando se dieron cuenta de que su víctima resultó ser un experto boxeador.
Sin embargo, ¿qué cosa en este mundo podría ser capaz de despertar tanta curiosidad como para detener, no a cuatro personas, sino a una turba enfurecida, amargada o vengativa? Eso depende de la clase de gente que la conforme y de aquello que tenga suficiente poder de impacto para dicha gente en particular.
La tarea se dificulta en parte porque los miembros se diluyen en el grupo. Es decir, ninguno se siente personalmente responsable de las consecuencias, ni culpable ni conmovido por el dolor y sufrimiento del objeto de su odio. Cada uno llega a pensar que todos están de acuerdo y que se trata de algo que el grupo aprueba y considera justo. La sensación y sentimiento de injusticia es capaz de activar reacciones muy violentas. El resentimiento es un enojo o pena que se repite o refuerza. Por ejemplo, un grupo humano podría expresar su aprobación o desaprobación de modo que se respete la voluntad de la mayoría de efectuar alguna modificación en los engranajes de un sistema.
Por ejemplo, si alguien está andando tranquilamente por la calle, y tú pasas corriendo a toda velocidad, gritándole desesperadamente: "¡¡Corre!!", es muy probable que reaccione con estupor y corra en la misma dirección que tú. Lo hará por reflejo condicionado. No sabe por qué debería hacerte caso, pero simplemente te hace caso, a pesar de que no te conoce ni sabe por qué corres. Aun si le quedaran dudas, lo hará con mayor razón si ve a otras dos o tres personas que corren en la misma dirección.
No ocurre lo mismo con una turba, pero es un ejemplo para entender de alguna manera lo que sucede cuando un montón de personas siguen a otras en un proceder extremado. Simplemente se unen al grupo y hacen lo que todos hacen. Eso se conoce como presión social.
Por eso, un impacto podría detener a un grupo de personas si tiene una fuerza semejante a la del impacto que la pone en marcha. Si un toro te persigue, ¿seguirías corriendo en la misma dirección si otro toro te cerrara el paso en la dirección opuesta? Te detendrías y tomarías en un atajo.
Por ejemplo, si diez niños están alborotados y, de repente, uno de ellos resbala, se golpea la cabeza y se desmaya, ¿no se quedarían todos quietos y asombrados? Si varios hombres están luchando entre sí, y una anciana alza un rifle y dispara al aire dos veces, ¿no se quedarían todos quietos? Y si un jugador muere de un infarto durante un partido de fútbol, ¿no se paralizarán las tribunas y permanecerán en respetuoso silencio, esperando a ver cómo termina el asunto? Son impactos que causan una reacción.
Sin embargo, como vemos, cada impacto tendría que ser idóneo para cada caso en particular. Si diez niños están alborotados y, de repente, uno de ellos resbala y se golpea la pierna, no se detendrán. Si varios hombres están luchando entre sí, y una anciana grita: "¡Auxilio, policía!", ni se inmutarán. Si un jugador recibe un foul y se retuerce de dolor en la cancha, las tribunas no se paralizarán, al contrario gritarán con más fuerza.
Cualquier impacto no funciona. Además, usar un impacto inadecuado pudiera resultar contraproducente y exacerbar el odio, provocando el efecto contrario. Las noticias nos muestran vez tras vez la incapacidad de las autoridades para detener a las turbas. Si viene al ataque una caballería policial, no sería raro que echaran aceite al piso para que los caballos resbalen. La verdad es que es poco probable detener a una turba. Averiguar la manera es tarea para los especialistas en comportamiento social.
Cierto estudiante de mis cursos de oratoria me contó en son de queja: "Estoy furioso porque, por ser de baja estatura, no me seleccionaron para ayudar a cuidar el orden durante la visita del Papa. Escogieron a un par de tontos que medían casi dos metros. Me dijeron que, si se formaba una turba y yo gritaba: '¡Quietos!', seguramente todos primero me mirarían y luego me pasarían por encima, a pesar de que yo era más inteligente que esos grandotes. Y añadieron que, si uno de esos grandotes les gritaba: '¡Quietos!', lo pensarían dos veces". Y en parte, es cierto. El impacto es diferente. En esas circunstancias, las personas grandes impactan más, al margen de su C.I. No obstante, ninguna turba se detendrá ante nadie.
En el caso de encontrarse uno con osos o gorilas, dicen que el impacto consiste en quedarse inmóvil, sin mover ni un pelo ni respirar, y ni mirarlos a los ojos. Hay más probabilidades de que la bestia se retire. Pero si uno decide correr, es muy probable que lo alcancen, y si uno decidiera hacerle frente, la bestia ganará la pelea. Tal vez no funcione quedarse quieto, pero habrá más probabilidades. Con un tiburón, dicen que quizás resulte golpearlo en la nariz, pero ¿tendrías fuerza suficiente? ¡Nadie te daría garantías!
Bueno, las turbas siempre han demostrado ser más irracionales que una enorme bestia enfurecida. Casi cualquier cosa la provocará a reaccionar con más hostilidad. Lo mejor que se puede hacer es pensar proactivamente y no provocar su formacion. Si uno dice cosas que la ofendan. Generalmente sucede que algunos miembros de la turba van al lugar predispuestos a un enfrentamiento, y llevan consigo una carga explosiva de odio en el fondo del alma. Tan pronto como alguien expresa un comentario indeseado, se enciende la chispa. Basta un grito o acción rebelde para desatar el caos.
Es mejor pensar proactivamente y ponerse a buen recaudo antes de que todos explosionen, como una bomba. Los mansos tendrán más opciones de salvar el pellejo.
Usualmente, tal como en el ejemplo del que pasa corriendo y le dice a otro: "¡Corre!", una turba puede formarse en torno a un prejuicio, un comentario hiriente o una actitud hostil. Una vez provocada, solo puede detenerla un gran impacto: Por ejemplo, una noticia de último minuto, una solución inesperada, un acuerdo que equilibra la balanza de la justicia, una tregua solicitada por quien consideran el líder de la turba, una explicación muy convincente, un terremoto, un aguacero o retirar de la vista el objeto de la ira.
Quizás te cause gracia si añado: correr o esconderse. Pero la mayoría de las veces, no habrá una opción más inteligente que esconderse hasta que retorne la calma. Seguir a la vista, es decir, quedarse uno al descubierto, podría pagar un alto precio. Tratar de razonar o continuar haciendo o diciendo cosas que exciten más cólera será peor (a no ser que tengas un plan B).
Resumiendo: Aunque sí es posible detener a una turba con un gran impacto, nadie puede determinar en el momento qué tipo de impacto se requiere ni en qué medida debería aplicarse. Antes impactaban las bombas lacrimógenas, la caballería y los chorros de agua sucia. Hoy en día te devuelven las bombas, les dan con fierro a las patas de los caballos y enfrentan la presión del agua sucia de los tanques antimotines.
Sería más fácil darles la razón o retirar del lugar aquello que les causa irritación. Pero no siempre es posible. Porque, si la unión hace la fuerza, una turba adquiere cada vez más poder, como una avalancha de nieve o un huracán. Comienza con movimientos suaves hasta convertirse en un monstruo. No es sabio enfrentarla ni tratar de razonar con ella. Lo mejor es cesar la provocación, retirarse y/o ponerse a buen recaudo lo antes posible.
Aplica la Tercera Ley
Según mis técnicas para hablar en público, la Tercera Ley exhorta al orador a expresar aprecio, empatía, interés altruista, generosidad y respeto por sus oyentes. Violar dicha ley mostrando lo opuesto (desprecio, menosprecio, incomprensión, desinterés, arrogancia, egoísmo o falta de consideración o de respeto) exacerbará el dolor y avivará la cólera con consecuencias inimaginables.
Una turba generalmente se alza de repente y sin previo aviso como una gran ola en el mar cuando la gente siente que de alguna manera se han vulnerado lo que creen que son sus derechos. Todos se sienten menospreciados e incomprendidos y hacen causa común. La intolerancia se hace del poder.
Una turba es solo una reacción en cadena causada por uno o más de los mencionados sentimientos negativos. Lamentablemente, una vez erupcionado el volcán de la pasión, la masa no se aliviará ni detendrá a reflexionar. Dependiendo del grado de descontrol, habrá muertos o heridos.
Aunque todos estuvieran equivocados, sencillamente seguirán al que en ese momento se convierta en líder, aunque esté crasamente equivocado.
Una vez formada, excitada y dispuesta al ataque, es increíble el poder emocional que una muchedumbre así puede conferirle al líder, y a medida que acumula cólera, al líder le resulta más fácil dirigirla por donde quiera.
Se vuelve un caos que se retroalimenta a sí mismo. Incluso si alguien muere o pierde un ojo, nadie se sentirá directamente responsable. Culparán al objeto de su odio. Diluyen sus sentimientos de culpa en la responsabilidad de comunidad. Piden perdón -cada uno a su dios- y siguen con su vida.
La mejor vacuna es estudiar diferentes maneras de aplicar la Tercera Ley y procurar por todos los medios reacciones positivas para que no se fomenten reacciones destructivas.
Si el orador no estudia la esencia de la Tercera Ley, y por lo contrario, hace cosas que hieran la susceptibilidad del auditorio o de sus detractores, podría decir un par de cosas hirientes y desencadenar una reacción en cadena negativa, provocando la formación de una turba. Segundos antes de la formación de un huracán solo se ven unos vientos inconspicuos que se encuentran casualmente.
Todos los conciliadores y negociadores de la policía que intervienen en una toma de rehenes aprenden a dominar las técnicas que constituyen, en esencia, los mismos recursos que conforman básicamente La Tercera Ley.
Por ejemplo, decirle a alguien: "No seas tonto", "No seas tímido", "No seas miedosa", "No seas ingenuo" equivale a decirle: "Eres un tonto", "Eres tímido", "Eres una miedosa", "Eres un ingenuo". Al decir: "No seas" estamos implicando que creemos que "lo es". Estamos ofendiendo y menospreciando a la persona. Lo mismo ocurre con "No seamos..." ("Somos unos..."), y "No sean..." ("Ustedes son..."). No es lo mismo que decirle a alguien: "No hagas eso", "No pienses eso", "No digas eso", "No vayas por ahí", que
Al decir: "No seas" estamos usando el verbo "ser", que se refiere a la persona, a su carácter y a su personalidad. En cambio, cuando usamos el verbo "estar" nos referimos a una acción, una circunstancia, un hecho. No golpea el ego directamente. Y la misma regla aplica si nos dirigimos a un grupo: "No seamos impuntuales" ("Somos unos impuntuales"), y "No sean unos..." ("Ustedes son unos...").
Solemos decir "no seas" cuando creemos que alguien "lo es". Algo similar ocurre con un auditorio. Si decimos: "¡Salgamos de la ignorancia!", por muy dulce que sea el tono, en realidad estamos diciendo "¡Somos unos ignorantes!". Y si decimos: "¡Salgan de su ignorancia!" (excluyéndonos), ofendemos y exacerbamos las pasiones. Decir: "Quiero que ustedes se superen, que adelanten, mejoren y se liberen", en realidad les estamos diciendo: "Ustedes son unos atrasados, no avanzan, no mejoran. ¡Son unos esclavos!". Sin duda se van a molestar.
Ahora bien, no estamos diciendo que a veces no sea necesario decir ciertas cosas con las que el auditorio tal vez no concuerde. Si es nuestro deber señalar una falta a un amigo que ha cometido un grave error y necesita que alguien lo ayude a corregir su proceder, tenemos que hablarle. Pero la manera como lo hagamos puede ayudarlo a entender o a reaccionar hostilmente.
Una cosa es ayudar a razonar para tomar conciencia de nuestros errores, y otra muy diferente lanzar pedradas verbales y ofender la dignidad de las personas.
Por eso, es mejor respetar la dignidad del auditorio que insultarlo de modo que se forme una turba. Porque una vez formada, será prácticamente imposible detenerla aunque te disculpes.
Una persona displicente y hostil no se concentrará ni dará marcha atrás a no ser que algo sumamente influyente la impacte en el epicentro de sus emociones. Una turba es parecida. Solo puede detenerla un impacto suficientemente fuerte como para sacudirla mental y emocionalmente. ¡No se puede detener un huracán, un terremoto, tsunami o volcán en erupción.
Por eso, aunque inevitablemente tengas que tratar acerca de cosas desagradables, que tu decisión sea siempre hacerlo con expresiones de aprecio por las personas, demostrando con empatía que sinceramente comprendes sus limitaciones y mostrándoles interés genuino, generosidad y respeto.
Enfoca siemspre los asuntos de la manera más positiva posible, mostrando el lado bueno de las cosas. Y si el panorama se presenta desolador, mantén siempre enfocada una esperanza. Porque si se forma una turba, será muy poco probable calmarla y disolverla con simples palabras.
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Solemos decir "no seas" cuando creemos que alguien "lo es". Algo similar ocurre con un auditorio. Si decimos: "¡Salgamos de la ignorancia!", por muy dulce que sea el tono, en realidad estamos diciendo "¡Somos unos ignorantes!". Y si decimos: "¡Salgan de su ignorancia!" (excluyéndonos), ofendemos y exacerbamos las pasiones. Decir: "Quiero que ustedes se superen, que adelanten, mejoren y se liberen", en realidad les estamos diciendo: "Ustedes son unos atrasados, no avanzan, no mejoran. ¡Son unos esclavos!". Sin duda se van a molestar.
Ahora bien, no estamos diciendo que a veces no sea necesario decir ciertas cosas con las que el auditorio tal vez no concuerde. Si es nuestro deber señalar una falta a un amigo que ha cometido un grave error y necesita que alguien lo ayude a corregir su proceder, tenemos que hablarle. Pero la manera como lo hagamos puede ayudarlo a entender o a reaccionar hostilmente.
Una cosa es ayudar a razonar para tomar conciencia de nuestros errores, y otra muy diferente lanzar pedradas verbales y ofender la dignidad de las personas.
Por eso, es mejor respetar la dignidad del auditorio que insultarlo de modo que se forme una turba. Porque una vez formada, será prácticamente imposible detenerla aunque te disculpes.
Una persona displicente y hostil no se concentrará ni dará marcha atrás a no ser que algo sumamente influyente la impacte en el epicentro de sus emociones. Una turba es parecida. Solo puede detenerla un impacto suficientemente fuerte como para sacudirla mental y emocionalmente. ¡No se puede detener un huracán, un terremoto, tsunami o volcán en erupción.
Por eso, aunque inevitablemente tengas que tratar acerca de cosas desagradables, que tu decisión sea siempre hacerlo con expresiones de aprecio por las personas, demostrando con empatía que sinceramente comprendes sus limitaciones y mostrándoles interés genuino, generosidad y respeto.
Enfoca siemspre los asuntos de la manera más positiva posible, mostrando el lado bueno de las cosas. Y si el panorama se presenta desolador, mantén siempre enfocada una esperanza. Porque si se forma una turba, será muy poco probable calmarla y disolverla con simples palabras.
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